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La relación con la familia
Es común que surjan conflictos con nuestra familia ante el desafío que supone tener un hijo o hija con dificultades o diferencias de desarrollo. Las comparaciones, las recriminaciones, la falta de apoyo o, al contrario, la intromisión excesiva… Además del hecho de que muchas veces los propios familiares se sienten perdidos o no saben cómo afrontar su propio duelo y preocupación ante la situación.
Es común que surjan conflictos con nuestra familia ante el desafío que supone tener un hijo o hija con dificultades o diferencias de desarrollo. Las comparaciones, las recriminaciones, la falta de apoyo o, al contrario, la intromisión excesiva… Además del hecho de que muchas veces los propios familiares se sienten perdidos o no saben cómo afrontar su propio duelo y preocupación ante la situación.
¿Prefieres escucharlo? ¡Escúchalo aquí!
A menudo hablamos de la relación entre madres e hijos como un binomio, como una relación entre dos individuos. Pero sabemos que hay muchas otras personas involucradas, incluso para las madres o padres solteros.
A menudo son otros familiares como abuelos y abuelas, tíos, hermanos, etc. Es común que, en algún momento, surjan conflictos con nuestra familia de origen sobre la crianza de nuestros hijos. Pero, además, ante el desafío que supone tener un hijo o hija con dificultades o diferencias, las tensiones, conflictos y malentendidos pueden abundar.
En definitiva, pueden salir a la luz patrones no sanados de gestión emocional con nuestros propios padres y hermanos. Las comparaciones, las recriminaciones, la falta de apoyo o, al contrario, la intromisión excesiva… Además del hecho de que muchas veces los propios familiares se sienten perdidos o no saben cómo afrontar su propio duelo y preocupación ante la situación.
En este post te quiero dar la oportunidad de que reflexiones sobre las implicaciones de la diferencia de tu hijo o hija en tu entorno familiar.
Las familias (en cualquier tamaño o configuración) somos ecosistemas y una parte afecta al todo. Pero es fundamental también tomar consciencia de cómo no podemos responsabilizar, consciente o inconscientemente, implícita o explícitamente, a uno de los individuos que pertenece a esa familia (en este caso a nuestro hijo neurodiverso) de gran parte o incluso TODO lo que sucede en el seno de nuestro hogar.
En este sentido los adultos tenemos de hecho la responsabilidad principal sobre como van las cosas en nuestra familia: a menudo las relaciones con nuestros propios padres, hermanos y entre nuestros propios hijos mejoran sustancialmente con un mayor grado de gestión emocional, autoconocimiento y comunicación asertiva entre los distintos miembros.
"Siempre criamos lo mejor que podemos. Ya sea que criemos conscientemente de manera diferente a como nos criaron nuestros padres o que criemos inconscientemente de la misma manera que nuestros padres nos criaron a nosotros, la crianza de nuestros hijos viene influída por la forma en que fuimos criados. Podemos decidir conscientemente mantener lo mejor y cambiar el resto.” Pam Leo
Así que, lo primero a trabajar en nosotros, es tomar consciencia de y dejar de cargar con las necesidades emocionales de los demás. La diferencia entre acompañar y cargar o hacerse responsable de las dificultades ajenas puede ser sutil, pero es el origen de muchos patrones disfuncionales en las familias. Un buen indicador de que estás cargando con algo que no es tuyo y que, por lo tanto, no te corresponde llevar a cuestas, es la aparición de la culpa.
La culpa y la crítica como monedas de intercambio en la familia
La culpa y la crítica se usan a menudo en el seno de las familias, incluso explícitamente como prueba de cariño y preocupación por los demás. Son patrones emocionales muy bien establecidos que pueden convertirse en armas de doble filo cuando tenemos hijos neurodiversos.
A veces sucede que nos sentimos traicionadas por familiares de los que esperábamos un apoyo total. Comentarios más o menos negativos, críticas más o menos abiertas, consejos condescendientes, información errónea o anticuada o sacada de contexto, agravios comparativos…
Muchas de nosotras hemos recibido esto en vez de las palabras amables que buscábamos. Incluso comentarios aparentemente neutros nos pueden herir profundamente (el típico “¿ves? Ya te lo había dicho yo que a este niño le pasaba algo”). Un consejo práctico para afrontar estas situaciones es que te preguntes:
Este comentario o crítica, ¿qué me dice de lo que está sintiendo esta persona?
Por ejemplo, si tu madre te hace el típico comentario de “ya te lo había dicho yo”, en vez de tomártelo como una crítica personal, entiende que tal vez ella se siente impotente y necesita ventilar su frustración. El que lo haga contigo es bastante contraproducente, pero en definitiva es una manera de mostrar su preocupación por la situación y de querer “hacer algo” (aunque no sea la mejor forma).
A menudo la crítica de nuestros seres queridos esconde sentimientos de impotencia y de dolor que proyectan hacia nosotras como críticas o comentarios no bienvenidos. Es más fácil pasar estos comentarios por alto y apreciar los sentimientos que se esconden detrás cuando nos damos cuenta de esto.
Hacia una comunicación más asertiva y consciente
Nadie tiene información completa en ninguna situación. Todos operamos desde nuestra perspectiva, y nuestra perspectiva es parcial. Por ejemplo, tu hermana te puede cancelar un plan sin saber que tú tuviste que dejar de hacer algo a causa de ese plan. Resultado: te enfadas, te sientes menospreciada, la tildas de egoísta “como siempre”. Pero tal vez tú tampoco sabes que tu hermana ha tenido una bronca con su marido, o un imprevisto que a tus ojos no es para tanto.
Cuando además vivimos unas situaciones familiares muy cambiantes o que nos exigen mucha flexibilidad (o al contrario mucha consistencia) - como con los hijos neurodiversos - se pueden crear grandes dosis de estrés. Y mucho resentimiento “es que con todo lo que tengo encima, ni siquiera puedo contar con mi hermana….”. Vale, tu hermana no tendrá un hijo diferente pero también tiene sus problemas y sus dificultades. El agravio comparativo no ayuda a tener relaciones de apoyo honestas.
No podemos leer los pensamientos de nadie. Muchos de nuestros argumentos cuando tenemos una discusión o malentendido con algún familiar vienen de desconocer la verdadera motivación de la otra persona. Aquí no hay culpa ajena que valga: si tu madre pensaba que el plan era medio informal y tú pensabas que el plan estaba totalmente confirmado, va a haber conflicto. Y cada cual es responsable de su falta de comunicación hacia la otra persona con respecto a lo que pensaban.
A menudo no tenemos claridad sobre nuestros por qués. ¿Por qué queremos hacer plan familiar con nuestra prima y su hijo, aún cuando sabemos que nos resulta estresante por el agravio comparativo entre su hijo y el nuestro? ¿Por qué queremos hacerlo aún sabiendo que nuestro hijo no se integra o ves que no se siente arropado e incluso se puede sentir “abandonado” temporalmente por nosotras porque estamos más pendientes de nuestras conversaciones de adulto? Toma consciencia de todas estas conductas, porque seguramente descubres, o bien algo que buscas o necesitas de los otros; o bien te das cuenta de que no es más que una creencia, que lo haces por inercia, porque CREES que es lo correcto.
¿Por qué haces lo que haces? ¿Lo SIENTES de verdad? ¿Lo has heredado, lo hacen todos, te dice tu familia que lo hagas? ¿Te lo dice tu terapeuta?
Las expectativas son la fuente de todos los malentendidos. Lo cierto es que nos montamos unas películas muy bonitas en nuestras mentes sobre cómo queremos que sea la relación con nuestra madre o suegra (y esa persona seguro que también), pero lo único que eso hace es causarnos decepciones, malentendidos, conflictos y rencores. Y tampoco hay que echarle la culpa a las diferencias neurológicas, de comportamiento y de comunicación de nuestros hijos.
Hay que distinguir a la persona de las “maneras”. Tú puedes pensar que tu madre es así, y que por lo tanto debería de seguir así. Pero todo cambia y todos cambiamos. Tal vez tu madre era como una amiga cuando eras joven, pero desde que tuviste a tu familia, ya no encontráis momentos para charlar como antes. O que tu hermano, que siempre vivió lejos de ti, pero estuvo super pendiente de tu vida, resulta que se muda a tu ciudad y casi no le ves el pelo. Tu cariño por esa persona no tiene por qué cambiar por el mero hecho de que las cosas no sean como antes.
Si necesitas ayuda pídela, de manera explicita. Si no te la dan, acepta que por ahí no la vas a recibir. Si te duele, date permiso para sentirlo y expresarlo (incluso a la propia persona), pero recuerda que el apoyo verdadero se regala, no se exige.
Si esa persona no te entiende, es que no es la mejor persona de tu entorno para entenderte. Busca apoyo en otro lugar y reflexiona sobre qué papel quieres que tenga esa persona en tu vida (y puede ser “mínimo”). También recuerda que esa persona puede estar pasando por un momento difícil del que no eres totalmente consciente o tienes toda la información.
No uses la diferencia de tu hijo/a como razón para que los demás tengan que estar pendientes de ti e intentando leerte la mente
Sí, es verdad, que la neurodiferencia de tu hijo/a a menudo te exige que “eduques” a las personas de tu entorno. Y eso cansa porque muchas veces no queremos hablar de los desafíos sino simplemente queremos que nos entiendan, que nos escuchen, que nos den un abrazo.
Pero, por un momento, ponte en la piel de los demás - seguramente se sienten muy inseguros e incómodos al hablar de la diferencia de tu hijo. O sencillamente no lo hacen no porque no les interese, sino porque no saben cómo. O porque en algún momento, un comentario tuyo les hizo pensar que no es un tema del que quieras hablar. O porque piensan que lo tienes todo “bajo control”. Hay 1001 razones por la que la diferencia de nuestros hijos se puede volver en el elefante que está en la sala con nuestra familia - todo el mundo lo ve, pero nadie quiere hablar de él.
¿Por qué insistes en pedir ayuda a esa persona? ¿Es la adecuada? O ¿Es la que SE SUPONE que TIENE que ser?
Es importante estimular las conversaciones familiares donde cada cual puede hablar abiertamente de sus sentimientos, emociones, necesidades y preocupaciones, tanto propias como en la relación con los demás.
Al final, el factor más fuerte que afecta a la interpretación de cualquier familiar sobre la discapacidad o diferencia de tu hijo o hija es la interpretación que haces TÚ como madre.
Aborda la diferencia de tu hijo con amor, aceptación y como algo con oportunidades y no solo con desafíos para todos en la familia, y los otros niños y adultos de tu familia tendrán una perspectiva más positiva y equilibrada.
Si no es así, llega un momento en el que dejarás de sufrir por cómo los demás son porque no depende de ti, ni tiene tanto que ver contigo o con tu hijo, con tu y su valía, sino con temas y heridas no sanadas o no trabajadas en esa otra persona, por muy cercana a ti que sea.
Siempre puedes ofrecer amabilidad y compasión hacia tu madre o padre, o tía, o hermano o ese familiar que no acaba de entender tu situación y la de tu hijo. Eso SI depende de ti, pero no te obliga a nada. Da tu cariño libremente, sin esperar nada a cambio y tal vez la relación cambie. Eso si, coloca y mantén también los límites que consideres son importantes para tu bienestar y el de tu hijo.
Finalmente, hago una llamada aquí a que prestes atención a los pensamientos de los debería y de las idealizaciones. No existen las familias ideales sino las reales.
Querer que nuestra familia (nuclear y extensa) entre en un patrón idealizado que ni siquiera existe es una receta para sufrir indefinidamente (por mucho que pienses que tu compañera de trabajo tiene la familia perfecta y por mucho que ella te lo diga, ya sabes que en todos lados cuecen habas - es decir que la perfección no existe y todos tenemos sombras, problemas y desafíos).
¡No puedo dejar de preocuparme!
Si los padres nos preocupamos muchísimo sobre los hijos en general, cuando nuestros hijos tienen diferencias de desarrollo, los niveles de preocupación son estratosféricos.
La preocupación, como todo lo que produce la mente, tiene su función. Aprovéchala para avanzar con tus objetivos, para motivarte y ponerte en acción, pero no dejes que se vuelva adictiva y tóxica porque entonces será tu mayor fuente de desgaste energético, emocional y físico. Y tendrá la paradójica consecuencia de alejarte aun mas de aquello que quieres conseguir para ti y para tu hijo
Si los padres nos preocupamos muchísimo sobre los hijos en general, cuando nuestros hijos tienen diferencias de desarrollo, los niveles de preocupación son estratosféricos.
La preocupación, como todo lo que produce la mente, tiene su función. Aprovéchala para avanzar con tus objetivos, para motivarte y ponerte en acción, pero no dejes que se vuelva adictiva y tóxica porque entonces será tu mayor fuente de desgaste energético, emocional y físico. Y tendrá la paradójica consecuencia de alejarte aun mas de aquello que quieres conseguir para ti y para tu hijo
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Si conoces algo sobre el mindfulness o te interesan los temas del desarrollo personal, seguramente llegaste por un problema tan común hoy en día para todos y es la preocupación excesiva. Te consideres una persona más o menos tranquila, incluso antes de tener hijos y de que tus hijos exhibieron comportamientos fuera de lo típico o necesidades especiales, seguramente que te preocupabas ya bastante.
Así que ni que decir, ahora en tu realidad como madre o padre de alguien neurodiverso. Si los padres nos preocupamos muchísimo sobre los hijos en general, cuando nuestros hijos tienen diferencias de desarrollo, uf!! Los niveles de preocupación son estratosféricos.
En realidad, ¿qué es la preocupación?
Es un tipo de rumiación mental que nos estresa. Literalmente es estar absorto en pensamientos sobre como solucionar algo, sobre cómo interpretar algo… es un diálogo interno que suele estar lleno de “peros”, “seis”, “entonces”, “si no hubiera pasado esto”, “si hubiera pasado esto”, o “cuando pase esto…” o “cuando no pase esto”….
La preocupación es estar totalmente enfocado/a en pensamientos a menudo repetitivos sobre algún problema, desafío, algo que salió mal, o algo sobre lo que aún no sabemos qué va a pasar. La principal característica de la preocupación es que nos lleva a pensar sobre el pasado o el futuro. Es decir, nos aleja del AHORA, del momento presente. Y no del momento presente en cuanto a problemas presentes… No. Sino del momento presente en tanto que ahora mismo estás sentada o de pie, escuchando mi voz, procesando mis palabras y pensando en que significa preocupación. A ese momento presente me refiero.
Lo cierto es que no lo estás haciendo mal. Tu exceso de preocupación no es un defecto tuyo personal…. No es que “seas muy nerviosa” o que “te agobies con facilidad” ni por la diferencia de tu hijo o hija ni en general.
Pongamos un poco de perspectiva. Vivimos en sociedades y con estilos de vida que priman el uso de la mente, la hiperactividad, el éxito medido por cuan ocupada estás, y la llamada “multi-tarea” (estar a mil cosas a la vez).
Y además vivimos bajo el paradigma: “Tu mente es la responsable de la dirección que lleva tu vida”. Hemos dejado que la mente coja el timón del barco (y no lo suelte) y nos está llevando, a la mayoría de nosotros, a la deriva en un océano de estrés, de agobio, de cacofonía y de “automatismo". La mente suele operar en el futuro y en el pasado, pero poco en el presente. Así que no es una patología tuya individual, es una tendencia en auge por nuestro estilo de vida en las sociedades actuales.
Ante el desafío muy real de la diferencia neurológica de un hijo, nuestros niveles de preocupación se disparan, y con razón (no solo por las emociones propias de angustia, tristeza, frustración y otras, sino también porque los demás esperan que estemos preocupados y eso alimenta un círculo vicioso del que nos cuesta apearnos).
Ahora bien, la preocupación como patrón de pensamiento, tiene su parte funcional y útil cuando nos lleva a tareas de la función ejecutiva de nuestro cerebro como planificar, establecer un orden de actuación, identificar objetivos, tiempos, etc.
Básicamente la preocupación puede ser funcional o disfuncional. Un ejemplo de la primera es cuando nos preocupamos por el primer año de colegio de nuestro hijo y eso nos ayuda a priorizar, por ejemplo, quitarle el pañal como objetivo de los próximos meses (buscar información, ayuda profesional, planificar las fechas que mejor nos vengan para intentarlo teniendo en cuenta nuestro calendario familiar y festivo, etc.).
Un ejemplo de la preocupación disfuncional o tóxica es preocuparse por si tu hijo algún día se va a casar… cuando apenas ha cumplido 5 años. Primero porque está demasiado lejos en el futuro, segundo porque depende de toda una serie de factores personales suyos sobre los que tú no tienes ningún control, y tercero porque realmente no es un objetivo TUYO: no te ayuda a cambiar nada ahora, en este momento presente como su padre o madre, y simplemente te llena de ansiedad y te roba energía.
Y este es el principal punto que quiero que se te quede grabado en la cabeza al escucharme hoy. La preocupación estéril, disfuncional, adictiva, tóxica… la que ronda por nuestra cabeza siempre y no nos aclara nada…. Esa preocupación te está robando energía, atención, motivación y presencia para ayudar a tu hijo AHORA. No solo eso sino que, como el ladron energético que es, te está robando calidad de tu propia vida.
Lo que pasa es que a menudo nos preocupamos por eventos, dificultades o situaciones que son meros pensamientos en nuestra cabeza. El futuro no existe aún y el pasado ya pasó. Ambos futuro y pasado son solo pensamientos en tu mente, que proyecta algún evento pasado o emoción no resuelta en un futuro paisaje imaginario.
5 creencias subyacentes que nos causan ansiedad y nos alejan de la conexión con nuestra sabiduría interior:
Tenemos que prepararnos para el futuro ahora. Pero, de hecho, la mayoría de las decisiones que tomamos y la planificación que hacemos son bastante a corto plazo. ¿Sabes cómo va a ser tu vida o la de tu hijo dentro de un año? ¿Qué tipo de factores van a afectar a tu o a su vida? Muchos de nosotros nos preocupamos porque sentimos que nos ayuda a planificar. Es tentador tener en mente los problemas inquietantes, de la misma manera que revisamos nuestras tareas pendientes, para prepararse. "Nuestras mentes intentarán resolver un problema, incluso si es un problema que no podemos resolver", dice Lizabeth Roemer, profesora de psicología en la Universidad de Massachusetts en Boston y co-autora del libro "Vivir La Ansiedad con Conciencia”.(te dejo la información sobre este libro en las notas del episodio).
Mucha gente piensa que de alguna manera la preocupación evita los malos resultados. Y puede parecer que esa estrategia funciona, ya que la mayoría de nuestras preocupaciones nunca se materializan. Pero ninguno de nosotros puede controlar el futuro con nuestros pensamientos.
Sabemos cómo va a resultar lo que nos está pasando ahora por nuestras experiencias pasadas. La consecuencia es que a menudo nos resistimos a nuestra experiencia real, nos ponemos tensos física y emocionalmente ... y en el proceso, nos desconectamos de lo que está realmente sucediendo. A parte de que el pasado no siempre predice el futuro (pero tu mente así lo cree porque le da una sensación de control).
La acción es impulsada por el pensamiento. El hecho de que nuestra mente ejecute constantemente un comentario sobre todo lo que hacemos, no significa que esté tomando las decisiones. Muchas veces, nuestro cuerpo actúa antes que la mente. Mucho de lo que hacemos es una respuesta natural a lo que el momento presente nos arroja. La historia mental viene segundos después de la respuesta.
También podemos preocuparnos porque se siente como una forma de hacer algo cuando nos sentimos impotentes. Hay algo de lógica en eso, e incluso algo de ciencia: cuando nos preocupamos, podemos sentir menos miedo, ya que preocuparse implica pensar en lugar de sentir. Pero al final, ese miedo está ahí, le prestes atención o no… y, querido oyente, el miedo a no saber, a la incertidumbre, a la falta de control, lo tenemos todos los seres humanos. No eres el único ni la única. Es algo con lo que tenemos que aprender a convivir, no sepultando bajo toneladas de pensamientos (que es lo que hacemos con la preocupación), sino aceptándolo y dejando que aparezca y desaparezca como la emoción que es. Lo que en última instancia ayuda es estar presente, incluso si eso significa sentarse con incertidumbre, tristeza y, sí, una cierta cantidad de preocupación, pero gestionada con intencionalidad.
En momentos de gran incertidumbre como el actual con la pandemia del coronavirus, es normal preocuparse aún más por las potenciales amenazas de pillar la enfermedad y por las consecuencias del confinamiento. Pero perderse en las preocupaciones propias es emocionalmente agotador e interfiere con el avance nuestro y de nuestros hijos. Así que, en la coyuntura actual, es aún más importante invertir en mejorar la forma en que manejas este molesto hábito mental.
4 estrategias prácticas para encontrar claridad cuando tus preocupaciones te abruman:
1. Acepta tus preocupaciones
No puedes elegir lo que aparece en tu mente, pero puedes observar, sin juzgar, esos pensamientos que te agobian como PRODUCTOS MENTALES. Como cualquiera de las muchas enzimas, secreciones o otros procesos automáticos que lleva a cabo nuestro cuerpo. No luches contras tus preocupaciones, simplemente date cuenta de que aparecen y también desaparecen (si no te enganchas a ellas). Porque muchas de nuestras luchas emocionales surgen de nuestra respuesta a nuestras preocupaciones más que de su contenido.
Muchos de nosotros, sobre todo como padres de hijos diferentes, asumimos que necesitamos preocuparnos (porque creemos que eso demuestra lo mucho que queremos a nuestros hijos) y luego nos sentimos culpables por no poder controlar nuestras preocupaciones y por lo tanto nuestro estrés. No te critiques por preocuparte!! Todos lo hacemos.
Mi consejo práctico es que empieces a observar tus preocupaciones de manera neutral, de la misma manera que miras hacia arriba y ves las nubes en el cielo. Cuando te des cuenta de que te estás preocupando, puedes decirte, sencillamente “esto es una preocupación ...", y decidir si puedes y vale la pena hacer algo al respecto en este momento. Si puedes dar un paso para resolver el problema, házlo. Si no depende de ti en este momento, déjalo ese pensamiento pasar y vuelve a enfocar tu mente en el momento presente. Es como cuando recibes llamadas no deseadas o telemarketing: no tienes por qué atenderlas.
Ahora, dejar ir los pensamientos no es lo mismo que reprimirlos o ignorarlos, porque de esa manera volverán a surgir como una venganza! También evita distraerte de tus pensamientos con comportamientos que tampoco te ayudan a largo plazo (adicciones como las redes sociales, o comer en exceso, o lo que sea). Cuando las preocupaciones se vuelvan tan intensas que sea difícil percibirlas como meras ideas, puedes mover tu cuerpo (ir a andar, hacer ejercicio, bailar, o reírte con algún video cortito gracioso). Todo esto te ayuda a hacer corto-circuito a ese bucle de pensamientos.
2. Libérate de la multitarea mental
Muchas veces, nuestra reacción inmediata a la preocupación es añadir más cosas a la lista… yo misma lo hago, me siento y digo Uf es que no llegó porque no tengo claridad. Entonces empiezo a hacer listas. Esto es super típico en mí y es una señal de que estoy en modo “control”.
Para ti puede que sea diferente. Puede que en vez de ponerte a hacer listas, te pongas a gritarle a los de la casa ‘no has hecho esto’, no has hecho lo otro’ (bueno, eso también lo hago yo, para serte sincera), no te pongas nerviosa a hacer mil cosas a la vez, los típicos malabarismos o multitaskng de las madres y padres. Y así ni las cosas salen bien, ni puedes disfrutar tampoco. Porque añadir más tareas a una lista interminable no es sostenible. Al final el día tiene las horas que tiene y tu tienes la energía que tienes. Ambos, energía y tiempo, son finitos.
Vale, te oigo decir, pero ¿Qué pasa con la planificación, tomar decisiones, encajar compromisos varios? ¿El secreto para eliminar el estrés al planificar y decidir? Enfócate en una sola decisión y ACTÚA.
Obtén la información que necesitas para tomar una decisión,
Toma algunas respiraciones conscientes y deja que esa información se procese de forma somática / intuitiva en tu cuerpo (“las corazonadas”),
Si te surge una decisión con claridad, adelante y actúa,
Si te surgen varias opciones o no está claro, elige una,
¡Actúa y suelta las otras opciones! (Este paso es probablemente el más difícil porque es cuando la mente empieza con los "peros" y los escenarios alternativos).
Si aún no necesitas tomar una decisión, deja que esa decisión te llegue cuando quiera y disfruta de la vida mientras tanto. O sea: ¡deja de preocuparte tanto! Tu nivel de preocupación no tiene correlación alguna con la calidad de tus decisiones ni de tus acciones.
La preocupación a menudo viene a interrumpirnos de otras tareas, ya sean mentales o físicas, que estamos haciendo… entonces te invito a que con mano firme pero amable, te digas a ti misma “ahora no”. Ahora, no. Si eres de las que entras en diálogos y negociaciones internas sobre “entonces, para cuando??? Esto me preocupa!!”, aquí tienes la tercera estrategia:
3. Agenda tu momentos de preocupación
En la década de 1980, el Dr. Thomas Borkovec, profesor emérito de psicología en la Universidad Estatal de Pensilvania y destacado experto en ansiedad, desarrolló una intervención paradójica: animar a las personas que se preocupan crónicamente a dedicar tiempo a la preocupación. Al planificar cuándo preocuparte, puedes reducir las horas de preocupaciones intrusivas.
En lugar de aspirar a lo imposible, "¡No te preocupes!" Podemos apartarnos unos minutos al día (por ejemplo 15- 20) para preocuparnos conscientemente. Aunque te parezca una locura, o que no va a funcionar, lo cierto es que su efectividad está probada por la ciencia del comportamiento.
En primer lugar, fomenta el autocontrol o el seguimiento de cuándo y dónde divaga tu mente. En segundo lugar, al reservar un espacio para la preocupación, dejarás de asociar la preocupación con una amplia variedad de actividades (como por ejemplo preocuparte cuando estas jugando con tu hijo, y aprovechar esos momentos para enfocarte en la conexión con el).
Básicamente, dejar un momento concreto del día para preocuparse es una manera de controlar estímulos: al reducir la cantidad de tiempo que te preocupas, es más fácil romper el hábito de preocuparte todo el día. Eso sí, te recomiendo que no lo practiques justo antes de acostarte o a primera hora de la mañana, especialmente si tiendes a despertarte con una sensación de ansiedad.
Pero, ¿qué hago en ese ratito de preocupación libre y desenfrenada? Pues a ver, vomita todo lo que te preocupa. Tal cual. Escríbelo, mejor si puede ser de puño y letra. Anotar las preocupaciones con anticipación en realidad mejora la resolución de problemas, ya que podemos desempeñarnos mejor cuando nuestras preocupaciones no están ocupando nuestro espacio mental.
Cuando se acabe la sesión de preocupación, pospón las preocupaciones hasta la próxima sesión de preocupaciones, del mismo modo que es beneficioso responder a tus emails en uno o varios momentos del día en lugar de dejar que interrumpan tu vida en cualquier momento (por cierto, te recomiendo que deshabilites las notificaciones de tu móvil en general, pero de esto hablaré en otro episodio).
Cuando te surjan preocupaciones que parecen “urgentes” dite a ti mismo con amabilidad “ahora, no”. Y, atención, porque la preocupación es un producto mental. Los productos mentales no son peligrosos. Por supuesto que no me estoy refiriendo a la respuesta en situaciones inminentes (como por ejemplo que nuestra hija salga corriendo en medio de la calle). Eso no es una preocupación, eso es una realidad. Y hay que tomar acción.
4. Practica el mindfulness o la atención plena.
Si sigues desde hace tiempo ¡no te sorprenderá que te diga esto! Como decía al principio, estar presente en el aquí y el ahora es el mejor antídoto contra la preocupación excesiva.
Vamos a hacer un pequeño ejercicio, ahora mismo, según me escuchas: En este momento, ahora y aquí, ¿qué problema tienes? No lo pienses mucho. No empieces a BUSCAR problemas. Ahora, aquí, sentada escuchando esto, o conduciendo en tu coche escuchando esto, o estés donde estés….
¿Qué problema tienes tu en este momento? Si no buscas problemas activamente, o te pones a pensar en las dificultades de tu hijo o hija, seguramente habrás sentido (en ese instante) que en realidad no tenías ningún problema.
La mente es una máquina de anticipar y de crear problemas. Es parte de su función. No se trata de vivir en plan hippie, o de negar que tenemos dificultades en nuestras vidas, sobre todo como madres de hijos diferentes. Se trata de dejar de engancharse a la adicción de la preocupación a todas horas.
Si no te interesa la meditación como tal, puedes practicar la presencia con rituales sencillos diarios como dejar el móvil en casa y dar un paseo diario o saborear tu desayuno sin leer los titulares de las noticias o los emails. Si tu hábito de preocuparte trata de interrumpirte (“¡¿Qué pasa si me pierdo algo importante ?!”), date cuenta de que es solo eso: una preocupación. Ni tú eres tan importante (en el mejor sentido de la expresión) ni la vida se va a parar porque desayunes con atención plena. Y te sentirás mucho mejor al cabo de los días al liberarte de vivir preocupada a todas horas.
La preocupación, como todo lo que produce la mente, tiene su función. Aprovecha para avanzar con tus objetivos, para motivarte y ponerte en acción, pero no dejes que se vuelva adictiva y tóxica porque entonces será tu mayor fuente de desgaste energético, emocional y físico. Y tendrá la paradójica consecuencia de alejarte aún más de aquello que quieres conseguir para ti y para tu hijo.
El doble filo de las etiquetas
Este es un tema bastante cargado a nivel emocional, sobre todo para nosotros que tenemos hijos “diferentes”. ¿Qué significa incluso esta palabra? ¿Qué connotaciones tiene para ti? ¿Para las personas que te rodean? ¿Qué es la discapacidad? ¿Es discapacidad o diferencia? ¿Y cómo la sentimos en nuestra vida como madres y padres? En este post te doy un consejo para empezar a usar las etiquetas de manera consciente (y positiva) con nuestros hijos y con los demás. Además te propongo un ejercicio muy potente para descubrir el significado que le estás dando TÚ, como madre y padre, a la diferencia de tu hijo o hija.
Este es un tema bastante cargado a nivel emocional, sobre todo para nosotros que tenemos hijos “diferentes”. ¿Qué significa incluso esta palabra? ¿Qué connotaciones tiene para ti? ¿Para las personas que te rodean? ¿Qué es la discapacidad? ¿Es discapacidad o diferencia? ¿Y cómo la sentimos en nuestra vida como madres y padres? En este post te doy un consejo para empezar a usar las etiquetas de manera consciente (y positiva) con nuestros hijos y con los demás. Además te propongo un ejercicio muy potente para descubrir el significado que le estás dando TÚ, como madre y padre, a la diferencia de tu hijo o hija.
¿Prefieres escucharlo? ¡Escúchalo aquí!
Hoy te quiero hablar del doble filo de las etiquetas. Y con esto me refiero sobre todo a las etiquetas que suponen un diagnóstico de cualquier diferencia de desarrollo, de aprendizaje, de atención, de comunicación…. Pero también a las etiquetas a menudo aparentemente banales que usamos a diario con los hijos (y otros seres queridos).
Todos etiquetamos. Es parte de la tendencia natural de nuestra mente a juzgar, clasificar y categorizar. Además, etiquetar tiene una función práctica descriptiva obvia. Pero, en este post te invito a que tomes conciencia de los adjetivos y nombres que usas con tu hij@ diferente porque:
- crean y solidifican una parte de la realidad - son potentes y ¡pueden llegar a ser prisiones para nuestros hijos! (incluso los que son “positivos”);
- se convierten en una profecía auto-cumplida porque crean identidad. Cuando desde que tienes uso de memoria te han llamado “tímida”, lo más normal es que crezcas creyéndote que eres tímida y consciente e inconscientemente actúes y tomes decisiones para ajustar tu comportamiento a esa etiqueta porque “así eres tú”.
Este es un tema bastante cargado a nivel emocional, sobre todo para nosotros que tenemos hijos “diferentes”. ¿Qué significa incluso esta palabra? ¿Qué connotaciones tiene para ti? ¿Para las personas que te rodean? ¿Qué es la discapacidad? ¿Es discapacidad o diferencia? ¿Y cómo la sentimos en nuestra vida como madres y padres? Todas podemos hablar de ella desde la razón, pero ¿que supone realmente vivirla desde el corazón cuando se trata de la diferencia de nuestro hijo o hija?
Lo primero que te quiero contar es que la manera en la que expresamos nuestros pensamientos, percepciones, emociones, y reflejamos la realidad a nuestro alrededor de hecho DA UN SIGNIFICADO y al mismo tiempo CAMBIA esa misma realidad para nosotros y para las personas de nuestro entorno.
Sí, desde luego que tiene que ver con todo el asunto de la percepción (el típico ejemplo del vaso medio vacío o medio lleno). Pero es algo más que eso, porque el lenguaje también nos afecta a nivel inconsciente. Y sobre lo que no somos conscientes no tenemos elección.
Como madres, a menudo tenemos que describir a nuestros hijos de cara a los demás (profesionales varios, amigos, familiares) ya sea con términos médicos (autista, hiperactivo, disléxico, parálisis cerebral, Down, etc) o con descripciones de sus diferencias, o rodeos, eufemismos o ambigüedades.
La mayor parte de las etiquetas de origen médico que usamos para describir, justificar, explicar o defender a nuestros hijos son, originariamente, más o menos neutrales, pero muchas tienen (o tenían) un significado culturalmente peyorativo. Por eso, la manera en la que comunicas las diferencias de tu hijo/a pueden llegar a decir más de ti (y de tus miedos) que de sus necesidades.
No hay buenas o malas etiquetas para referirse a nuestros hijos.
Tan sólo hay un uso consciente e inconsciente de las mismas.
Cada familia, y cada madre (y padre) tiene que decidir qué palabras se ajustan mejor para qué tipo de funciones de la comunicación (informar, justificar o explicar, defender o argumentar) en según qué tipo de circunstancias. No es lo mismo tener una conversación de tono “confesional” a solas con una muy buena amiga a tener que salir del paso de una situación embarazosa con tu hijo ante un extraño en la calle.
Además, parecería que hay una clasificación de etiquetas, que algunas son mejores que otras. Por ejemplo, que a tu hijo le tilden de superdotado o altas capacidades estás socialmente mejor visto que tener síndrome de Down. Algunas neurodiferencias se asocian con características que valoramos socialmente, vinculadas a la genialidad o al alto coeficiente intelectual, cuando en realidad también esconden desafíos muy grandes para el hijo y la familia.
Es importante recordar que, como madres, usamos las etiquetas constantemente con nuestros hijos, estén ellos delante o no, tengan diferencias o no. Esta es una tendencia inconsciente de la mente por la que estamos constantemente midiendo, comparando, analizando, y evaluando la manera de ser y de comportarse de nuestros seres queridos (¡y de los que ni siquiera conocemos también! ¿Cuántas veces enjuicias a un extraño en la calle sin saber absolutamente nada de él o ella?).
Se trata de tomar consciencia de esta pulsión mental por clasificar constantemente, y de aceptarla como el que acepta la música de fondo en un ascensor público: es un sonido de fondo, no tenemos por qué escucharlo atentamente (ni hacer caso de él). Sobre todo, no te sientas culpable por usar ciertas palabras en ciertos momentos, sino que - si te das cuenta de que no son muy amables - te tomes unos instantes para reflexionar el por qué y qué creencias o significado se esconden detrás de ese uso.
Diferencia entre el SER y el HACER
Un punto de partida que te propongo es diferenciar entre el SER y el HACER. Por ejemplo: “Mi hijo es un desorganizado” vs. “Mi hijo se suele olvidar de sus pertenencias” (o cualquier otro comportamiento que entre dentro del paraguas de la desorganización).
Cuando nos enfocamos en el comportamiento específico surgen varios aspectos interesantes
Como madres, tenemos que hacer un esfuerzo por dilucidar EXACTAMENTE a qué nos estamos refiriendo… porque a menudo son exigencias o estándares implícitos que otro ser humano no tiene por qué entender (esto se ve claramente con las diferencias culturales).
Al desmenuzar la etiqueta en comportamientos específicos, podemos identificar mejor qué acciones llevar a cabo para ayudar a nuestros hijos (o conseguir ayuda) a adquirir HABILIDADES.
Al enfocarnos en la adquisición de habilidades por parte de nuestros hijos, dejamos de usar las etiquetas como acusación o enjuiciamiento GLOBAL del carácter de nuestros hijos. El significado del ser de una manera u otra pesa mucho, mientras que el tener un comportamiento o el hacer algo es temporal.
Al usar el lenguaje para describir comportamientos, habilidades, desafíos o tendencias EN ESTE MOMENTO, nos libramos nosotras y liberamos a nuestros hijos de cargarles con “sambenitos” permanentes. En este momento tal vez tu hijo no sea capaz de hacer amigos con facilidad. Eso transmite un significado muy diferente a “este niño es asocial”. Incluso la frase “este niño no sabe hacer amigos” cambia radicalmente cuando decimos “por el momento, a mi hijo le cuesta hacer amigos” pues estás abriendo la puerta de la esperanza, a que esto no siempre sea así (y aunque lo sea, ni tú ni nadie puede predecir el futuro)
Presta especial atención cuando uses u oigas palabras “absolutistas” como: siempre, nunca, jamás, etc. Estas son buenas alarmas para darte cuenta de tu uso del lenguaje con carga emocional (para soltar adrenalina, estrés, enfado, frustración, etc.).
El lenguaje y las etiquetas crean realidad
¿Por dónde empieza una a reformarse cuando te tildan de desorganizada, descuidada, loca, torbellino, tímida o incluso otras etiquetas supuestamente positivas como alegre, generosa, o aplicada? ¿Qué pasa si un día estás triste? Acaso no te des permiso, porque eres “la alegría de la casa”. ¿O si un día te sientes desmotivada o cansada? Igual que nos pasa y nos limita a nosotras, les pasa y les limita a nuestros hijos.
La gran diferencia es nuestros hijos aceptan inconscientemente TODO lo que les decimos desde muy temprana edad, sea cierto o no. Y crean, de nuevo en gran medida de manera inconsciente, una identidad en torno a la imagen de ellos que nosotros creamos con nuestras palabras.
Discapacidad / diferencia: realidad y significado
Una de las eminencias académicas sobre autismo, el Dr. Simon Baron-Cohen, habla de las 4 Ds con las que se puede apreciar y describir el autismo (y muchas de las diferencias neurológicas y de desarrollo). En inglés estas 4 Ds son:
disease: enfermedad
disability: discapacidad
disorder: trastorno
difference: diferencia
Cada palabra supone un universo de creencias, valores, significados, asunciones y percepciones sobre la vida de una persona, en este caso, tu hijo o hija. Dos personas diferentes pueden percibir y hablar sobre una tercera persona usando cualquiera de esas 4 palabras (y otras).
Pero además, el uso de una palabra sobre otra también tiene una serie de efectos en la persona que lo usa. Una madre que habla de una enfermedad de su hijo va a tener una carga de estrés, preocupación y ansiedad mucho mayor que una madre que percibe y habla de una diferencia de su hija.
Ejercicio: descubre el significado que TÚ le das a la diferencia de tu hijo/a
Reserva unos minutos a solas sin interrupciones. Toma una respiraciones conscientes y conecta con tu cuerpo. Coge una hoja de papel o un cuaderno y escribe:
“[Nombre de tu hijo o hija] tiene [diagnóstico si lo tiene o UNA diferencia que quieras explorar] y eso significa…..”
[Por ejemplo, en el caso de Magüi: “Adrián tiene autismo y eso significa que: es diferente, no es como me lo esperaba, tiene dificultades de comunicación social, su vida va a ser diferente, no sé que va a ser de su vida, no va a ser independiente, me va a avergonzar…..”]
Deja que surja todo lo que te viene en mente. No te censures. No te edites. Haz un auténtico volcado fuera de lo que te surja.
El objetivo de este ejercicio es hacer visible la conexión entre un hecho (la diferencia o las dificultades tu hijo) y el significado que le das TÚ. Esto último es lo que duele y lo que podemos cuestionar. ¿Cómo? Escribiendo en otra hoja “Mi hijo tiene X y eso NO significa…..”
Con este volcado te invitamos a que explores ambas caras de la misma realidad.
(*) Pon especial atención en que estamos diciendo mi hijo TIENE, y no ES. Mi hijo tiene o padece síndrome de Down no es lo mismo que tengo un hijo Down o mi hijo es Down.
Hay un tema complicado y es el derecho a la privacidad y también al auto-conocimiento de tu propio hijo o hija afectado por la diferencia o discapacidad.
Te invito a que reflexiones en conciencia sobre cuánto y a quién cuentas aspectos de la vida de tu hijo y sobre todo, por qué. ¿Es para aliviarte a ti misma? ¿Para conectar con otras en situaciones similares? ¿Para celebrar los logros de tu hijo o hija? ¿Para intercambiar información y potencialmente ayudar a otros en situaciones similares? Si quieres explorar este tema con mayor profundidad, no dejes de descargarte mi Kit de Ayuda para Padres, que es totalmente gratuito, en maguimoreno.com/kit.
La culpa de las madres
¿Sientes culpa a menudo? ¿Sobre todo en tu papel como madre ¿Y más aún si tu hijo o hija tiene necesidades específicas o es neurodiverso?
Porque la verdad es que la culpa de las madres nace en el mismo momento que nacen nuestros hijos. Y esto es así como una forma de control social hacia las mujeres, para que vamos a negarlo. Hay todo un sistema de valores y de creencias milenarias sobre lo que constituye una buena y una mala madre.
¿Sientes culpa a menudo? ¿Sobre todo en tu papel como madre ¿Y más aún si tu hijo o hija tiene necesidades específicas o es neurodiverso?
Porque la verdad es que la culpa de las madres nace en el mismo momento que nacen nuestros hijos. Y esto es así como una forma de control social hacia las mujeres, para que vamos a negarlo. Hay todo un sistema de valores y de creencias milenarias sobre lo que constituye una buena y una mala madre.
¿Prefieres escucharlo? ¡Escúchalo aquí!
¿Qué es la culpa? La culpa es lo que hacemos con vergüenza. Es una emoción que aflora muy a menudo en las madres y mucho más aún cuando nuestro hijo es “diferente” de la manera que sea. La vergüenza originaria viene de la diferencia de nuestro hijo. No porque el hecho de que nuestro hijo sea diferente (a nuestras expectativas y a las exceptivas de otros) sea en sí mismo vergonzoso. PARA NADA. Sino porque de manera inconsciente asociamos la diferencia a peligro (es parte de nuestro instinto de supervivencia y de nuestro cerebro reptiliano).
Aquí entra la culpa, que es una manera de “hacer algo” con la vergüenza - ¿el qué? Pues buscar una cabeza de turco, y esa cabeza de turco somos nosotros mismos. Nos castigamos, nos hacemos responsables, nos limitamos.
¿Cuántas de nosotras, sobre todo las madres biológicas, en algún momento hemos pensado que la neurodiversidad, la discapacidad o la diferencia de nuestro hijo o hija es culpa nuestra porque.. tuvimos un embarazo de tal manera o de tal otra, o tuvimos un parto así o asá, o les dimos o no les dimos pecho, o les mandamos a la guardería muy pronto o muy tarde, o un sinfín de otras cosas que se nos pasan por la cabeza. Es un poco una locura.
La diferencia de tu hijo puede tener un factor genético importante, o puede ser resultado de un traumatismo del parto o puede ser consecuencia de un accidente… pero en ningún caso la culpable eres tú porque la responsabilidad única no la tienes tú. De hecho no existe esa responsabilidad única. Las diferencias neurológicas son resultado de una gran variedad y complejidad de factores, muchos de los cuales son totalmente desconocidos no solo para ti, sino también para la ciencia.
La culpa es un estado emocional muy limitante. SI te sientes culpable, no mereces bienestar, amor, etc. ES UNA FUGA DE PODER.
Lo importante es darse cuenta de que, aunque sus orígenes a menudo son inconscientes y por lo tanto, es una emoción bastante insidiosa… también es una emoción aprendida. Y por lo tanto, se puede desmontar. Se puede desaprender. En este post te voy a dar algunas pistas al respecto.
Claves para gestionar la culpa
1. Lo primero es entender el mecanismo de la culpa.
Mira, te lo explico con una imagen: la culpa nos desdobla. Es como si tuviéramos a dos personajes dentro de nosotros. Por una parte está el niño travieso o el adolescente rebelde que hace aquello que está “mal” - básicamente algo que va en contra de nuestros valores. Por otra parte está la figura materna o de la autoridad que nos juzga y nos castiga. Todo esto dentro de nosotros.
Este tira y afloja entre estos dos personajes es la esencia de la culpa. Y para desbloquear esta situación de tira y afloja hay que: 1) darse cuenta de estas dos partes (y de la historia que cada cual trae), 2) entender que hay una herida, una codependencia entre estas dos partes.
Cuando éramos pequeños se nos avergonzó por algo que hicimos e integramos a la parte mamá-papá en nosotros para controlar a esa otra parte niño. Ahí hay vergüenza y hay que sacarla a la luz para que pierda poder en nuestras vidas.
Una práctica regular de mindfulness nos ayuda a darnos cuenta de estas dos voces, y de la vergüenza y miedo que se esconde detrás. Al final, todos queremos ser amados incondicionalmente desde que nacemos y la culpa aparece cuando nos damos cuenta de que los demás no nos aman cómo queremos nosotros porque creemos que hay algo fundamentalmente malo en nosotros.
El problema es que al final acabamos no amándonos nosotros tampoco. No hay nada esencialmente MALO o defectuoso en ti. Repítelo. Ni como mujer o hombre, ni como madre o padre.
No se trata de racionalizarlo. La respuesta no está en la mente, sino en las propias emociones que sentiste en ciertos momentos de tu vida que te llevaron a tomar decisiones inconsciente de que hacer para evitar sentir esa culpa. De aquí vienen muchos pilotos automáticos. Ver como está construida esta culpa, porque es una herida emocional.
2. Entender de dónde viene.
No eres defectuosa por sentir culpa. ¡No te sientas culpable de sentir culpa!
No vayas a rizar aún más el rizo, te invito es a que tomes conciencia de que muchos de estos patrones de pensamiento en torno a la culpa son heredados. Mi propia madre me transmitió este mensaje de manera más o menos inconsciente desde muy temprana edad. Como se lo hicieron a ella también.
Comentarios como: “Las buenas madres están SIEMPRE pendientes de sus hijos. No puedes pensar solo en ti. Estar haciendo otras cosas aparte de tus hijos es egoísta. Los hijos te necesitan, no hay otra”. Y ni siquiera son ciertos.
Son modelos de control social de sociedades patriarcales en las que la división del trabajo estaba muy bien establecida y a las mujeres les tocaba de lleno el tema casa e hijos. Aunque trabajasen fuera de casa (como lo hicieron tanto mi madre como mi abuela materna), les tocaba absolutamente todo lo de dentro de casa también. Y eso había que hacerlo cumplir… ¿cómo? Con este discurso de buenas madres = madres entregadas al 100% y malas madres = madres egoístas o que se ven como algo más que madres.
Estas cadenas de creencias son potentes pero a menudo no nos damos cuenta de ellas. Y suelen ser parte del proyecto "las buenas madres son las madres sacrificadas". Es una mentira para seguir poniendo nuestras necesidades en último lugar.
Al darnos cuenta de que estas creencias son, eso, creencias, y no hechos, podemos distanciarnos un poquito de ellas y preguntarnos: “¿quiero menos a mi hijo, a mi hija, a mi pareja, por quererme un poco más a mí?”
El bienestar de nuestros hijos es fundamental, pero también lo es el nuestro. ¿Por qué creer que son incompatibles? Tal vez sean difíciles de compaginar de manera práctica en ciertos momentos, pero no tienes por qué elegir SIEMPRE entre uno u otro. El mindfulness nos ayuda a gestionar esta supuesta incompatibilidad. De esto te hablaré un poco más adelante.
3. Función positiva de la culpa.
Claridad sobre tus valores
Asumir las consecuencias de mis acciones
Resarcir
Permitirte equivocarte
Buscar soluciones más acordes con tus valores reales
Te pongo un ejemplo mío: tarde, hay que hacer cena, me siento improductiva, sube el nivel de autoexigencia en mi discurso interno, mi hijo está viendo la tele….estaba pensando “soy mala madre porque después de todo el día de campamento, le he dejado que vea tele dos horas, y aún así no he acabado todo lo que tenía que hacer de trabajo y ahora encima me toca hacer la cena, y este niño no se entretiene con nada y chun chun chun.
¿Qué se esconde detrás de todo este rollo mental? La creencia de que no lo estoy haciendo bien. De que soy un fracaso. Y, claro, a la luz del día después esto parece una exageración, pero lo cierto es que es una creencia (o un patrón de pensamiento) muy común.
La creencia es “tengo que ser perfecta” y el patrón es: mira, mira, todas las maneras en las que no eres perfecta!! Lo ves!! No eres perfecta!! Y además estás a punto de perder los estribos!! te cuento lo que saqué en claro de mi frustración de ayer. Primero, a nivel situacional, que era muy mala hora y tanto yo como mi hijo estábamos cansados e irritables.
A modificar: a esas horas no intentar nada nuevo ni hacer multitasking. Segundo, que tengo que seguir prestando atención a mi auto-exigencia. A modificar: o hago la cena o juego con mi hijo, no puedo estar a todo y exigirme eso por un sentimiento de culpa es una receta para la frustración. Elegir dejarle ver la tele para poder hacer la cena sin sentirme culpable. O posponer la cena (o pedir pizzas a domicilio) si decido jugar con él.
A menudo la frustración viene de no aceptar que o no está en nuestras manos o tenemos que DECIDIR. Y decidir supone hacer algo y dejar de hacer algo. Y eso nos puede costar mucho.
4. Función negativa de la culpa.
La parte negativa es que entramos en un patrón bucle en el que nuestro filtro mental está siempre dispuesto a encontrar ejemplos de cómo no puedes, como no vales, como no eres capaz, etc. Cuando tu hijo es diferente puede haber una culpa “originaria” - como si tu, por se su madre o padre, fueses totalmente responsable de sus diferencias o dificultades.
5. Específicamente al cuidado de los demás (y super extendido en el caso de la maternidad) es el tema de la cantidad vs la calidad.
Desde aquí recordarte que no te enfoques en la parte mensurable de ser madre porque te va a llevar a las comparaciones, a la competitividad, y al sufrimiento bajo unas expectativas que ni siquiera son tuyas o tienes que cumplir. En definitiva, estar continuamente pasando revista sobre tu propio desempeño como madre te lleva a que la culpa se instale de manera permanente en tu día a día.
Es normal (por cómo se nos ha criado desde pequeñas) creer que la mejor manera de demostrar nuestro amor es cuidando a los demás o haciendo cosas por ellos. Y, claro está, esto es una de las maneras de demostrar amor. Pero ni es la única ni es siquiera la más efectiva, por decirlo de alguna manera. También hacemos cosas por otros a los que no queremos. Las hacemos por obligación, ya sea real o asumida. El típico ejemplo es cuando decimos que sí a la mayoría de peticiones de los demás por defecto porque queremos quedar bien con todo el mundo. O sea que cuidar a los demás no es necesariamente una señal de amor, pero sí a menudo de obligación.
Y como madres de hijos diferentes a menudo confundimos cantidad y calidad.
Puedes pasar horas al lado de tu hijo y no conectar con él (lo mismo suele pasar con la pareja). Cuidar no siempre equivale a la presencia y atención que son la base del verdadero amor. Confundimos estar físicamente con presencia y atención, y no es lo mismo. Si nuestra mente o nuestras emociones están en otro lado, si quisiéramos estar haciendo otra cosa, entonces no estamos realmente con ellos.
El mejor regalo que le podemos dar a los demás es nuestra Presencia, es decir, nuestro tiempo y atención, pero hay que reconocer de una vez por todas que no podemos dar algo que no tenemos. No puedes darle a tu hijo paciencia, escucha, generosidad, presencia y amor si no los tienes en ti y para contigo misma. Por eso el autocuidado no es egoísmo sino generosidad. Es asegurarnos de que nuestra fuente de amor está repleta para que pueda fluir hacia los demás.
Ok, muy bonito. ¿Pero qué hago en los momentos en que mis necesidades de cuidado propio son incompatibles con el contexto o con las necesidades de mi hijo en ese momento?
Pues déjame que te diga que no lo son. Vale, puede que tu quieras soledad y silencio, pero tu hijo está teniendo una pataleta y una fuerte crisis emocional. Si no te queda otra (es decir, si no puede atenderle otra persona o sientes que realmente tu eres la más adecuada para ayudarle en ese momento), pues atiende a las necesidades de tu hijo. Pero eso no significa que te abandones a ti misma.
Puedes respirar. Puedes decirte “sé que estás cansada”. Puedes asegurarte a ti misma qué te darás soledad y silencio a la primera oportunidad. Lo más importante es darte cuenta de TUS necesidades. A menudo tienen que postergarse, pero eso no significa renunciar a ellas. Esta es la clave. Aun cuando no las puedes satisfacer, las has escuchado. Te has escuchado. Y eso ya es mucho más de lo que solemos hacer.
Quiero invitarte a que indagues sobre tu propia culpa. A que te hagas algunas preguntas de autorreflexión para entender mejor de dónde viene y por qué está en tu vida. Porque es necesario entender no sólo desde la mente racional sino desde el corazón, desde el amor propio, que no podemos hacernos cargo de TODO ni en nuestra vida, ni en la vida de nuestros hijos y que definitivamente no deberíamos malgastar nuestra atención y energía haciéndonos cargo de todo lo que se inventa y nos encarga nuestra mente.
No sólo es insostenible y desgastante sino que además pasa factura, y una factura muy alta, en cuanto a las relaciones con nuestros seres más queridos.
Aquí te dejo algunas preguntas:
¿Sientes culpa a menudo? ¿En qué área de tu vida?
¿Es una palabra habitual en tu vocabulario?
Cuando algo sale mal, o cometes un error, ¿cuál es tu reacción inmediata? ¿Y qué sientes después?
Cuando a tus hijos algo les sale mal o cometen un error, ¿cuál es tu reacción inmediata al respecto? ¿Y qué sientes después?
¿Sabes identificar tu sentimiento de culpa en tu cuerpo? ¿Cómo lo manifiestas?
¿Qué recuerdos tienes de momentos del pasado donde te culpaban, te regañaban o te reprochaban algo?
¿Qué palabras te decían? ¿Qué adjetivos usaban? ¿Qué comportamientos había (por tu parte y por parte de los demás)?
¿Puedes ver alguna relación entre cuando te sientes culpable ahora, de adulta, y cuando lo hacías de niña? A nivel de síntomas físicos, de diálogo interior, etc.
Finalmente, te invito también a que pidas ayuda. Igual que no todos estamos en situación de arreglar nuestra lavadora si se estropea, no sientas vergüenza por necesitar ayuda profesional para desbloquear un estado emocional de culpa que no te deja vivir tu vida y tu maternidad como quieres. Te recuerdo que yo ofrezco consultoría individual y puedes reservar tu sesión aquí
Me molestan los comentarios ajenos
“¿Tiene autismo? Pues no se le nota”, “No te preocupes por la hiperactividad, seguro que se le pasa”, “Ah, tienes a un niño especial, son angelitos”
Seguro que te ha pasado - cuentas a alguien el diagnóstico de tu hij@ y te responden con tonterías, banalidades o clichés. Minimizan, generalizan, o - peor aún - te culpan a ti.
En este post, simpatizo contigo… yo también he estado en esas situaciones y he tenido que oír comentarios ajenos que me han enfadado o herido, o me han hecho sentir muy incomoda. Y también te doy algunas pautas para que comprendas mejor estas situaciones y puedas sobrellevarlas con mayor conciencia y menor reactividad.
¿Tiene autismo? Pues no se le nota”, “No te preocupes por la hiperactividad, seguro que se le pasa”, “Ah, tienes a un niño especial, son angelitos”
Seguro que te ha pasado - cuentas a alguien el diagnóstico de tu hij@ y te responden con tonterías, banalidades o clichés. Minimizan, generalizan, o - peor aún - te culpan a ti.
En este post, simpatizo contigo… yo también he estado en esas situaciones y he tenido que oír comentarios ajenos que me han enfadado o herido, o me han hecho sentir muy incomoda. Y también te doy algunas pautas para que comprendas mejor estas situaciones y puedas sobrellevarlas con mayor conciencia y menor reactividad.
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Hoy te vengo a hablar de un tema muy común y del que muchos padres de hijos diferentes nos quejamos a menudo. La típica situación donde le cuentas a alguien el diagnóstico de tu hijo o hija y te dicen: “uy, seguro? Pues no se le nota” o “ay, que bonito, tienes un angelito en casa!”.
Seguro que te ha pasado y seguro que en la mayoría de los casos te ha hervido la sangre. Te ha molestado muchísimo y ha provocado en ti sentimientos muy difíciles de gestionar. Son situaciones en las que la otra persona: minimiza, generaliza, te culpa o incluso te excusa. Veamos cada una de estas situaciones:
1. Minimizan: Pues yo le veo normal. Los médicos se habrán equivocado. Se le pasará. Aquí lo primero es una falta total de conocimiento por parte de la otra persona sobre lo que supone tener una diferencia neurológica o de desarrollo. No siempre son visibles a primera vista. La gente cae enseguida en los clichés y las generalizaciones, como veremos en un momento. Y, además, este tipo de comentarios, paradójicamente, crean inseguridad en ti. Y a veces, falsas esperanzas de que el diagnóstico o la sospecha de que tu hijo tiene alguna diferencia de desarrollo sea simplemente un error o un “mal sueño”.
2. Es un regalo: Tu hijo es especial, es un ángel, sois padres especiales, es una bendición (pues, ¡claro que es una bendición, todos los hijos son regalos de la vida!). Esto a mí siempre me ha sonado como premio de consolación. Además de que la otra persona está super-imponiendo, está suponiendo pues, que por ejemplo, crees en los ángeles o que eres creyente. Es una falta de sensibilidad y de respeto, aunque se ofrezca como una palmadita en la espalda.
3. Re-dirigen y/o culpan: eres una exagerada, siempre llamando la atención con problemas inventados, o “es que no le prestas atención”, o los típicos “la culpa la tienes tú por…. Lo que sea, malcriarle, hablarle en dos idiomas, o llevarle a la guardería, o NO llevarle a la guardería, o mil cosas más”. Esto suele ser más común entre allegados, infelizmente, sobre todo viniendo de padres, madres, tías, o cualquier persona que se crea con el derecho a criticarte o a opinar sobre tu maternidad.
4. Generalizan: “los niños con autismo son….. genios, Rain Man, etc”. O los disléxicos son todos super inteligentes. O los niños con hiperactividad acaban siendo unos cracks creativos. Ya estamos con los premios de consolación otra vez!! La intención positiva es clara: te quieren hacer sentir mejor por el diagnóstico de tu hijo. En seguida la gente se lanza a decir “Albert Einstein tenía autismo”, “Bill Gates, el de Microsoft, está en el espectro autista”, dicen que los grandes artistas tenían todos algo diferente a nivel de cerebro y de socialización. Pero, señores, hablamos de un espectro y de diferencias neurológicas muy complejas. Puedes conocer a un niño con autismo o incluso a varios que se parecen y pensar que todos son así, pero la variación es inmensa. Generalizar es otra manera de robar a los padres de la comprensión que buscan para su situación y para su hijo tal y como son, y no tal y como lo ve la gente en las películas.
No sé tú, pero a mi me ha pasado todo esto, todas estas situaciones, y molestan un montón. Y según quién, cuando y como lo diga duele muchísimo. No es lo mismo que te lo diga una desconocida que te ha preguntado por el comportamiento de tu hijo en público a que te lo diga tu propia suegra, o alguien muy allegado. Tampoco es lo mismo que te lo digan cuando ya llevas años en el camino de ser una madre de un hijo diferente a que te lo digan a los 10 minutos de haber recibido un diagnóstico. Ni que te lo digan con lástima, o con una positividad desbordante y a menudo falsa, o que te lo digan a solas o delante de otras personas.
Hoy te quiero dar algunas pautas para que comprendas mejor estas situaciones y puedas sobrellevarlas con mayor conciencia y menor reactividad. Son apuntes que he sacado de mi propia experiencia como madre, pero sobre todo del coaching estratégico (que dice que toda acción tiene en esencia una intención positiva para el que la hace) y del mindfulness (que nos invita a enfocarnos sobre nuestros pensamientos y sentimientos para tener claridad sobre lo que aportamos a las situaciones).
Pero antes, te quiero aclarar algo fundamental. No son las palabras que usamos, son el significado que les damos.
Así que antes de enzarzarse con alguien por las palabras que está usando, date cuenta del significado que les estás dando TÚ.
Ahora, sí, es verdad que repetidas veces crean realidad. Tema de las etiquetas y la autoidentidad.
Lo primero que te quiero comentar aquí es que es fundamental entender y separar lo que es tuyo de lo que es del otro. Vamos por partes. Alguien te dice algo y tu te sientes de una cierta manera. Separa:
1. Lo que te ha dicho la otra persona tiene que ver con EL o ELLA, con su visión de la vida, con sus creencias - a menudo inconscientes - sobre la maternidad, con su historia y experiencias personales, y con un sinfín de otros factores de los que no tienes NI IDEA (ni falta que te hace, a no ser que sea una persona muy querida). Sobre esto no puedes hacer nada, así que no pierdas el tiempo ni la energía en ello.
2. El significado que le has dado TÚ en base a tu visión de la vida, a tus creencias sobre la maternidad, a tu historia y experiencias personales… en base a factores muy contextuales como si estás cansada porque tu hijo se ha levantado pronto, o si has tenido una discusión con tu pareja, o que hace un calor tremendo y está tu hijo al sol. ¿Puedes hacer algo al respecto? SÍ… darte cuenta del significado que le das a esas palabras. Como las estás interpretando.
3. Los pensamientos y las emociones que te surgen en base al significado que le das a esas palabras. Porque en base a ellos vas a actuar de una manera u otra. Lo tuyo son los puntos 2 y 3, Échales conciencia. Y lo que no es tuyo es el punto 1, no te enganches con eso.
Lo segundo es internalizar que, en la gran mayoría de casos, no hay intención dañina por parte de la otra persona. Yo siempre digo, en caso de dudas sobre las intenciones de los demás, pregunta. Muchas veces cuando ponemos un espejo delante de la persona que nos ha dicho algo que nos ha herido, se da cuenta de que no fue la mejor manera de decirlo pero se llega al mensaje de fondo que sí es bienvenido (de apoyo, de empatía, de compasión, de preocupación, etc.). Hablando se entiende la gente.
Tercero, entiende que muchas personas, la mayoría diría yo, se sienten muy incómodas, incompetentes o impotentes ante tu situación como madre o como familia. Se sienten mal, aunque ni siquiera se den cuenta. Y neutralizan esa incomodidad con tonterías, banalidades o clichés como “sois especiales”, etc. Su malestar es SUYO, no lo hagas tuyo.
Al final, los padres y madres queremos sentirnos escuchados, vistos, comprendidos. A menudo no necesitamos que nos digan nada más que “te veo, siento tu dolor, estoy aquí para lo que quieras”… no queremos que nos quiten importancia o dolor a la situación.
Para terminar, te voy a compartir aquí lo que me dijo una gran amiga mía hace años cuando el conté que acababan de diagnosticar a mi hijo con autismo. Ella me dijo: “lo siento, sé que no es lo que querrías tú para tu hijo”. Y eso, justamente, es lo que necesitaba oír. Ni más más ni más menos. Dio totalmente en el clavo. Porque en ese momento necesitaba que alguien me dijera: “esto es duro, lo siento mucho por TI”. Por TI. La que buscaba acompañamiento y comprensión para con MIS emociones era yo. No buscaba que alguien me minimizara, me negara, me culpara o me diese un premio de consolación. Tampoco buscaba en ese momento que alguien me dijera que todo iba a salir bien. ¿Cómo iba a saber eso mi amiga? Ni que le pusieran una etiqueta más positiva a mi hijo - mi hijo tenía autismo y esa era (y es) la realidad.
Así que la próxima vez que alguien te diga algo sobre el diagnóstico de tu hijo, pausa, respira, y ve con total claridad: que es su opinión, sus creencias, su historia; que eso no es tuyo ni tiene por que serlo; que seguramente está intentando hacerte sentir mejor, aunque el efecto sea el contrario. Y SUELTA. Suelta, suelta, suelta. Lo que no es tuyo no tienes por qué cargarlo.
¿Qué hago con mi frustración y la de mi hijo?
A menudo la frustración viene de no aceptar que o no está en nuestras manos o tenemos que DECIDIR. Y decidir supone hacer algo y dejar de hacer algo. Y eso nos puede costar mucho.
En este post te doy 3 claves fundamentales para gestionar mejor la frustración y reducir tu estrés.
Pero, ¿qué hago con la frustración que siento a diario?
Cuando tu hijo no te responde, o no te mira a los ojos. Cuando tu hij@ no para. Cuando es impulsivo. Cuando no comprendes por qué es tan sensible, porque llora tanto, o por qué tiene ciertos comportamientos en ciertas circunstancias. Cuando, sencillamente, no entiendes a tu hijo.
A menudo la frustración viene de no aceptar que o no está en nuestras manos o tenemos que DECIDIR. Y decidir supone hacer algo y dejar de hacer algo. Y eso nos puede costar mucho.
En este post te doy 3 claves fundamentales para gestionar mejor la frustración y reducir tu estrés.
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Hoy te vengo a hablar de un tema crucial en la crianza y sobre todo cuando tu hijo es diferente. De hecho es uno de los desafíos mayores para muchas de las madres y padres con los que trabajo y es: ¿qué hago con la frustración que siento? Y que además, siento casi todos los días'
Ejemplos de la vida cotidiana con un hijo diferente hay millones. Cuando tu hijo no te responde, o no te mira a los ojos. Cuando tu hijo se frustra porque no se puede abrochar la ropa y tú te frustras igual. Cuando solo quiere pantallas y juguetes electrónicos y no hay manera de quitárselos. Cuando no eres capaz de salir de casa puntual porque tu hijo tarda mucho o tiene un berrinche. Cuando tu hijo es inflexible y obstinado hasta un punto de saturación. Cuando tu hij@ no para. Cuando es impulsivo. Cuando no comprendes por qué es tan sensible, porque llora tanto, o por qué tiene ciertos comportamientos en ciertas circunstancias. Cuando, sencillamente, no entiendes a tu hijo. No sabes que quiere, no consigues comunicarte… o no consigues mantener su atención.
Seguro que en algún momento te ha pasado.
Lo primero es diferenciar TU frustración de la frustración de tu hij@. Esto es crucial.
A menudo las dos frustraciones se mezclan. ¿Por qué? Porque ya sabemos que muchos estados emocionales son “contagiosos”. Es común impacientarse cuando vemos que nuestro hijo se impacienta. Y es normal que nuestro hijo frustre cuando nos ve y nos siente a nosotras frustradas, sobre todo por fallos en la comunicación y en la atención conjunta.
¿Qué hacer para ayudar a que tu hijo se frustre menos? Apoyos profesionales, hacer una lista ABC para entender mejor las situaciones que le provocan frustración, y llevar a cabo actuaciones preventivas (que no es lo mismo que sobre-proteger o hacer las cosas por ellos). En este caso, se trata de prepararle a el/ella o preparar la situación para minimizar la reacción de frustración, aumentar el nivel de tolerancia, etc.
Y vamos a hacer una lista ABC para nosotros también. Esto va de obtener la mayor cantidad de información sobre las situaciones, circunstancias, y condiciones en las que nos frustramos. Porque, al hacerla, te vas a dar cuenta de que se suelen repetir. Y mucho. Entonces, para que sirve? Para RECORDARNOS que puede ser un momento álgido y tener así más posibilidades de neutralizar nuestra reactividad. También nos permite ser más amables con nosotros mismos y criticarnos menos por sentir esa frustración.
Te voy a dar un ejemplo que me ocurrió a mi ayer mismo.
Lo segundo es darnos cuenta de las creencias que se esconden detrás de nuestra frustración. Esto no debería de ser así, mi hijo debería, yo no debería, etc. ¿Cómo? Vuelve a esa hoja ABC y, una vez pasado el momento de crisis, recuerda que estabas pensando en ese momento.
Volviendo a mi ejemplo… yo estaba pensando “soy mala madre porque después de todo el día de campamento, le he dejado que vea tele dos horas, y aún así no he acabado todo lo que tenía que hacer de trabajo y ahora encima me toca hacer la cena, y este niño no se entretiene con nada y chun chun chun. ¿Qué se esconde detrás de todo este rollo mental? La creencia de que no lo estoy haciendo bien. De que soy un fracaso. Y, claro, a la luz del día después esto parece una exageración, pero lo cierto es que es una creencia (o un patrón de pensamiento) muy común. La creencia es “tengo que ser perfecta” y el patrón es: mira, mira, todas las maneras en las que no eres perfecta!! Lo ves!! No eres perfecta!! Y además estás a punto de perder los estribos!!
Lo tercero es aceptar. Aceptar que la frustración tiene una función positiva. Te está queriendo decir algo para que cambies algo en tu vida. La frustración viene para decirnos que algo no funciona. Si surge mucho es porque ese algo que no funciona sigue sin funcionar…. Porque no lo hemos cambiado, o por que no hemos hecho las paces con ello (si no lo podemos cambiar).
Aquí es fundamental entender que hay 3 tipos de asuntos: los tuyos (sobre los que tienes poder - tus pensamientos, tus emociones, tus acciones y reacciones, y los factores externos sobre los que tienen algún nivel de control como por ejemplo a qué hora te vas a dormir o lo que comes). Los de otra persona (sus pensamientos, sus emociones, sus acciones y reacciones, sobre los que tú no tienes realmente control) y los factores externos que les afectan a ellos (sobre los que puedes tener algo de control, dependiendo de lo que sea). Y la tercera categoría es los asuntos de la vida, del mundo, de Dios, de la energía cósmica, de los cambios sociales y políticos o de como lo quieras llamar. Son los asuntos sobre los que ni yo, ni tú, ni otra persona tenemos control. Son los factores medioambientales, si llueve o no, si hace frío o si hay un golpe de estado. Ahora te pregunto? El origen de tus frustraciones son sobre qué tipos de asuntos?
Ya sabes lo que te voy a decir: no te frustres por lo que TÚ no puedes cambiar. Eso es una pérdida de tiempo y energía.
Si te frustras por que no entiendes a tu hijo, pasa más tiempo observándole, considera usar métodos alternativos de comunicación, invierte en terapias de lenguaje, busca soluciones tanto de apoyo a él o ella como de motivación interna para ti. Lo mismo si te frustras porque tu hijo no te entiende a ti. Pero empieza aceptando que esa frustración tiene una razón de ser - ahí hay algo que merece ser estudiado, modificado y aceptado.
Si te frustras porque tu hijo es como es, lo llevas mal. Te lo digo así de claro. Porque tu hijo es quién es, y no se trata de cambiarlo, sino de ayudarle en los desafíos más prácticos para mejorar su vida, y la calidad de la interacción y la relación contigo.
Así que te resumo: entiende que la frustración es contagiosa, separa lo tuyo de lo de tu hijo, identifica el mensaje de cambio que te trae la frustración y actúa para llevarlo a cabo pero siempre desde la aceptación de que hay cosas que son tuyas y que puedes por lo tanto cambiar, y cosas que no son tuyas y no puedes cambiar. Ahorrate disgustos y frustración en este último caso.
Y ahora, para acabar, te cuento lo que saqué en claro de mi frustración.
Primero, a nivel situacional, que era muy mala hora y tanto yo como mi hijo estábamos cansados e irritables. A modificar: a esas horas no intentar nada nuevo ni hacer multitasking. Segundo, que tengo que seguir prestando atención a mi auto-exigencia. A modificar: o hago la cena o juego con mi hijo, no puedo estar a todo y exigirme eso por un sentimiento de culpa es una receta para la frustración. Elegir dejarle ver la tele para poder hacer la cena sin sentirme culpable. O posponer la cena (o pedir pizzas a domicilio) si decido jugar con él.
A menudo la frustración viene de no aceptar que o no está en nuestras manos o tenemos que DECIDIR. Y decidir supone hacer algo y dejar de hacer algo. Y eso nos puede costar mucho.
Mindfulness en la crianza
En esta entrevista hablo con la pedagoga y coach de mindfulness para familias Patricia Diaz-Caneja sobre cómo integrar de manera realista la práctica del mindfulness en la crianza cuando tenemos hijos diferentes. Sin perfeccionismo, ni auto-exigencias, sino usando las actividades rutinarias (y los momentos a veces muy difíciles) de criar a un hijo con necesidades especiales. Hablamos de las resistencias más comunes y de cómo superarlas para poder transformar la relación p/madre-hijo desde dentro.
En esta entrevista hablo con la pedagoga y coach de mindfulness para familias Patricia Diaz-Caneja sobre cómo integrar de manera realista la práctica del mindfulness en la crianza cuando tenemos hijos diferentes. Sin perfeccionismo, ni auto-exigencias, sino usando las actividades rutinarias (y los momentos a veces muy difíciles) de criar a un hijo con necesidades especiales. Hablamos de las resistencias más comunes y de cómo superarlas para poder transformar la relación p/madre-hijo desde dentro.
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Te dejo aquí los principales puntos de nuestra conversación:
1:41 Presentación del trabajo y la experiencia de Patricia
2:55 Meditación y mindfulness en el apoyo terapéutico a familias
5:55 El profesional acompaña pero la responsabilidad es de la familia
8:01 “El sujeto señalado” y cómo afecta a la autoestima de nuestro hij@ diferente
9:14 La frustración y la culpa de los padres
11:36 Darnos cuenta de lo que aportamos nosotros a la relación
17:50 Expectativas y normas sociales que nos pasan factura
19:07 Resistencias al mindfulness
27:48 No seas perfeccionista con el mindfulness
31:08 Como nos ayuda a estar más presentes con nuestros hijos
32:38 Empatía y perspectiva: todo es comunicación
40:48 Cómo responder con mindfulness ante comportamientos difíciles
45:50 Flexibilidad e higiene personal emocional
54:35 Despedida y más información
Puedes seguir el trabajo de Patricia en: www.diazcaneja.com y en:
Facebook: https://www.facebook.com/diazcanejaeducacion/
Instagram: https://www.instagram.com/patriciadiazcaneja/
YouTube: https://www.youtube.com/user/Patriciadiazcaneja
Además Patricia ha publicado dos libros de mindfulness para niños y familias “Un bosque tranquilo” y “El hada habla”: http://unbosquetranquilo.com
Puedes ver su charla TEDx “Aceptarse a uno mismo para aceptar a los demás”: https://youtu.be/nIRBVX-PWYs
Apoyos en las redes sociales
Preciosa e inspiradora charla con Damellys Regifo, creadora del proyecto Madres Azules de apoyo en redes sociales a familias con autismo y otras diferencias neurológicas
Preciosa e inspiradora charla con Damellys Regifo, creadora del proyecto Madres Azules de apoyo en redes sociales a familias con autismo y otras diferencias neurológicas
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Damellys vive en Venezuela y en esta entrevista hablamos de las grandes oportunidades de las redes sociales y los avances tecnológicos no solo para nuestros hijos (como estamos viendo actualmente durante la pandemia con la posibilidad de la teleterapia), sino sobre todo para las madres y los padres. Podemos entablar amistades y hacer crecer redes de apoyo online para no sentirnos tan solo o aislados. Y además podemos recabar información gratuita. Pero para sacar provecho del contenido en redes se necesita una actitud abierta, y haber trabajado la propia aceptación de nuestra situación.
Aquí tienes los puntos principales de nuestra conversación:
1:36 Presentación de Damellys y de su proyecto Madres Azules
2:43 Qué has aprendido en tu propio camino como madre de dos hijos con TEA.
7:30 Que factores te han ayudado con tu actitud y mentalidad
12:20 La importancia de no olvidarse de nuestro propio bienestar como madre o padre
16:56 Por qué, cómo y cuando creaste el proyecto de Madres Azules
21:00 Qué tipo de apoyo se ofrece a través de Madres Azules
27:25 El “regalo” de la pandemia: mayor servicios y conexión online
30:10 Qué pasa después del diagnóstico
33:44 La concienciación sobre y la visibilidad de las neurodiferencias
43: Aceptación vs. mejora de las especificidades de nuestros hijos
46:07 El duelo por la diferencia de nuestros hijos
47:17 Donde encontrar más información
7 Consejos para unas vacaciones diferentes
Mientras para muchas personas el verano es una época de descanso, de desconexión con la rutina del resto del año…. para las personas con autismo, ADHD o cualquier otra diferencia neurológica puede ser un momento muy difícil. Precisamente porque las rutinas cambian o, peor aún, desaparecen. Los padres y las madres nos enfrentamos a días enteros “sin cole” en los que a menudo no sabemos qué hacer con nuestros hijos.
Mientras para muchas personas el verano es una época de descanso, de desconexión con la rutina del resto del año…. para las personas con autismo, ADHD o cualquier otra diferencia neurológica puede ser un momento muy difícil. Precisamente porque las rutinas cambian o, peor aún, desaparecen. Los padres y las madres nos enfrentamos a días enteros “sin cole” en los que a menudo no sabemos qué hacer con nuestros hijos.
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7 consejos prácticos para unas vacaciones con mayor bienestar para todos
1. No te critiques si el verano es difícil para ti, tu hijo o tu familia.
Recuerda: haces lo mejor que puedes con los recursos que tienes en este momento. El verano o las vacaciones escolares son para muchas familias temporadas menos estructuradas, con un mayor grado de espontaneidad, con menos citas fijas en la agenda.
Sin embargo, para las familias con hijos diferentes, pueden llegar a ser muy duras. Mientras para muchas personas el verano es una época de descanso, de desconexión con la rutina del resto del año…. para las personas con autismo, ADHD o cualquier otra diferencia neurológica puede ser un momento muy difícil. Precisamente porque las rutinas cambian o, peor aún, desaparecen.
Los padres y las madres nos enfrentamos a días enteros “sin cole” en los que a menudo no sabemos qué hacer con nuestros hij@s. Y ellos se sienten a la deriva, sin la seguridad que les da las estructuras, los ritmos, y las actividades del curso escolar. Así que, mi primer consejo es, no te hables mal, nadie tiene la culpa.
2. Ajusta las expectativas y entiende las necesidades (tuyas y de tu hijo).
Porque puede que no sean compatibles. A ti te gusta sentarte a leer un libro pero hay que estar pendiente de tu hij@ a todas horas; o te encanta pasear por las tardes, pero tu hijo se pone nervioso con el ruido de la calle; o te encantaría poder veranear con unos amigos y sus familias, pero te echas para atrás por el comportamiento de tu hijo (y por cierto aqui te diría que el desafío es 100% tuyo porque el tema no es necesariamente el comportamiento de tu hijo -a no ser que sea agresivo consigo o con los demás - sino tu reacción).
Entonces, ¿cómo ajustamos las expectativas? ¿Cómo tomamos en consideración necesidades a menudo opuestas o incompatibles? Buscando soluciones consensuadas y negociadas y, sobre todo, explícitas (es decir, habladas y bien entendidas entre los adultos de la familia). Por ejemplo: turnarse con la pareja, o con algún familiar, buscar campamentos o actividades específicas para que tu hij@ esté ocupado un tiempo al día, o sencillamente decidir hasta donde quieres “empujar” a tu hij@ fuera de su zona de comfort, y hasta donde quieres llegar tú con la tuya. Por ejemplo, salir a pasear aunque tu hijo aletee o haga ruidos que te molestan
3. Busca un equilibro entre tiempo abierto y rutinas.
Cuanta más flexibilidad tengas TÚ como Mamá o Papá, menos te vas a estresar y menos vas a sufrir. Y eso ya es positivo para el ambiente del hogar.
Las rutinas para los hijos con necesidades especiales es lo óptimo porque les da seguridad y una sensación de control sobre sus vidas. Al menos establece horarios para ciertas partes del día, como la primera hora de la mañana y la rutina de acostarse por la noche. A mi me ayuda mucho para darle algo de estructura al día, intercalar actividades no preferidas (terapias o, en el caso de mi hijo, colorear o hacer manualidades) con actividades preferidas (juegos electrónicos, deportes, piscina…).
Dependiendo de la edad de tu hij@, puedes alargar la duración de las actividades no preferidas antes de dar acceso a las preferidas (sobre todo sin son objetos como tablets, etc).
4. Si viajas, entiende y acepta el precio (el tuyo y el de tu hijo).
Si tienes la suerte (como nosotros) de poder viajar por placer, cuando tus niños tienen necesidades diferentes a menudo necesitas mucha más planeación y menos espontaneidad. Esto depende no solo de las necesidades y del perfil de tu hij@, sino también (y sobre todo) de tu nivel de tolerancia. ¿De qué? Pues del estrés, de la incertidumbre, de los cambios, de lo desconocido. De que las cosas no salgan como quieres.
5. Enfócate en entender las emociones en tu casa.
Tu hij@ diferente no siempre va a saber expresar la fuente de sus frustraciones por los cambios de rutina. Pero también muchas veces nos enfocamos en la ansiedad de nuestros hijos (sea mayor o menor de lo que imaginamos) como distracción de nuestra propia ansiedad. Es como lo del cuidado. Paradójicamente nos enfocamos en los demás para no tener que lidiar con lo nuestro.
Con esto no te quiero decir que la ansiedad o el nerviosismo de tu hij@ no sea real, o que lo ignores. En muchos casos podemos y debemos como padres, preparar a nuestros hijos antes de la incertidumbre, o los cambios, o los momentos que anticipemos como difíciles. Esto no solo es efectivo, es lo más ético. No podemos exigir a nuestros hij@s que se comporten igual que si fueran adultos, o adultos neurotípicos, cuando no lo son y, en muchos casos, la incertidumbre les causa un subidón de adrenalina y una serie de efectos neurológicos que no pueden evitar.
Pero sí te invito a que prestes atención también a lo tuyo. Yo, por ejemplo, soy una viajante curtida - tengo muchos años de viajar por el mundo - nunca en plan mochilero, siempre con un mínimo de confort y de seguridad. Y sin embargo, aun me pongo bastante nerviosa ante un viaje. Primero porque no me encanta volar, segundo porque lo desconocido me tensa. Incluso, la posibilidad de volver a Madrid (de donde soy) pero que surjan imprevistos, me ataca bastante a los nervios. El mindfulness ayuda, desde luego. ¿A qué? A darte cuenta de que estás nerviosa y, sobre todo, a no tomarla contigo ni con los demás.
6. Acepta que el aburrimiento también es parte de la vida; haz partícipe a tu hij@ en las decisiones.
Está bien. El aburrimiento, como otros estados emocionales, es normal y tiene aspectos positivos para todos. Para nuestros hijos puede ser más difícil de gestionar por debilidades en el juego imaginativo.
Ahí has de estar pendiente, pero al final, el aburrimiento puede llevarles a ellos y a nosotros a nuevas experiencias. Haz las paces con el aburrimiento y entiende qué te está queriendo decir. Una sencilla pregunta es “¿qué necesito?” O “¿qué necesitas?” Si se la haces a tu hij@.
7. Prioriza el descanso a todos los niveles y para todos en casa.
Y finalmente, cierro el círculo por donde empecé, invitándote a que dejemos de exigirnos tanto.
Como padres de hijos con necesidades especiales, en verano nuestra mente entra en pánico al querer RELLENAR los supuestos “vacíos” con más, más y más. A menudo queremos “aparcar” a los hijos para retomar los mil pendientes que pululan por nuestra mente, ya sean de la casa, del trabajo, o incluso de actividades consideradas como hobbies.
¿Cuántas veces te das permiso para descansar en los momentos en los que tu hij@ está ocupado o fuera de casa? ¿Cuántas veces te quitas pendientes de encima, ya sean tuyos o de tu familia, para que TODOS bajemos un poco el ritmo?
Y te dejo esta reflexión: ¿qué pasaría si fuésemos capaces de observar y dejar estar a nuestro nerviosismo o aburrimiento o cualquier emoción que surja en nosotros o en nuestros hijos? ¿Qué pasaría si aceptásemos que no podemos controlarlo todo? ¿Que tal vez, nuestro hij@ necesita expresar su frustración en la fila de embarque y nosotros también la nuestra?
Sí, ya sé, es difícil…. Por el qué dirán, por las miradas, por el pánico que nos entra cuando nuestro hij@ “monta una escena” en el aeropuerto o en el restaurante. Pero al final, mientras la seguridad y la integridad física de todos no se vea afectada, los momentos de crisis son sólo eso…. MOMENTOS de crisis. Para ti y para tu hij@. Pasarán. Y habrán cumplido su función.
¿Podemos minimizarlos? Claro. ¿Podemos evitarlos con estrategias de prevención? Claro. De nuevo, para nosotros y para nuestros hijos.
Pero la clave sigue siendo que observemos y que aceptemos que lo que está sucediendo es un mecanismo de gestión emocional. La emoción no es mala; lo difícil es cuando se desborda.
Como madres o padres, este verano te invito a que tomes nota de como experimentas TÚ los cambios y las incertidumbres de las vacaciones.
El enfado como aliado
¿Gritas o castigas a tus hij@s? ¿Te sientes después culpable o avergonzada? ¿Es malo el enfado? ¿Te sientes fracasada como madre cuando te enfadas, sobre todo con tu hij@ con necesidades especiales? Y, ¿qué pasa con las rabietas de tus hij@s? ¿Cómo puedes gestionar el enfado en tu casa, el tuyo y el de todos?
¿Gritas o castigas a tus hij@s? ¿Te sientes después culpable o avergonzada? ¿Es malo el enfado? ¿Te sientes fracasada como madre cuando te enfadas, sobre todo con tu hij@ con necesidades especiales? Y, ¿qué pasa con las rabietas de tus hij@s? ¿Cómo puedes gestionar el enfado en tu casa, el tuyo y el de todos?
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A todas estas preguntas y muchas más da respuesta Inma Buitrago en este episodio que es una auténtica masterclass sobre la ira y el enfado en la crianza. Porque la comprensión es el mayor desactivado del enfado. Inma es coach de crianza respetuosa y mamá de una niña de 7 años con alta sensibilidad (al igual que ella misma).
Aquí tienes los puntos principales de nuestra conversación:
2:30 ¿Por qué nos cuesta gestionar el enfado, sobre todo cuando somos padres?
6:10 Aceptación del conflicto en las relaciones
6:40 El rechazo a nuestros enfados viene de nuestra propia infancia
9:05 Ira vs. Enfado
11:40 El enfado cuando tu hij@ es diferente
11:45 La información que te trae tu enfado
15:40 El peso de las expectativas
18:40 Elegir como vivir la crianza y redefinir las reglas
27:00 ¿El enfado como confirmación de nuestro fracaso como madres?
30:10 El enfado cuando tu hij@ es diferente no es malo, es necesario
32:00 Cómo poner objetivos en positivo siempre
34:00 Qué hacer en el momento para liberar la energía del enfado
41:20 Estrategias para ayudar a los hij@s con sus enfados
48:10 Expresar el enfado sin agresividad
53:00 El enfado y el amor incondicional
54:35 El enfado como oportunidad y como aliado
1:03:34 Dónde encontrar más información