¡No puedo dejar de preocuparme!

Si los padres nos preocupamos muchísimo sobre los hijos en general, cuando nuestros hijos tienen diferencias de desarrollo, los niveles de preocupación son estratosféricos.

La preocupación, como todo lo que produce la mente, tiene su función. Aprovéchala para avanzar con tus objetivos, para motivarte y ponerte en acción, pero no dejes que se vuelva adictiva y tóxica porque entonces será tu mayor fuente de desgaste energético, emocional y físico. Y tendrá la paradójica consecuencia de alejarte aun mas de aquello que quieres conseguir para ti y para tu hijo

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Si conoces algo sobre el mindfulness o te interesan los temas del desarrollo personal, seguramente llegaste por un problema tan común hoy en día para todos y es la preocupación excesiva. Te consideres una persona más o menos tranquila, incluso antes de tener hijos y de que tus hijos exhibieron comportamientos fuera de lo típico o necesidades especiales, seguramente que te preocupabas ya bastante.

Así que ni que decir, ahora en tu realidad como madre o padre de alguien neurodiverso. Si los padres nos preocupamos muchísimo sobre los hijos en general, cuando nuestros hijos tienen diferencias de desarrollo, uf!! Los niveles de preocupación son estratosféricos.

En realidad, ¿qué es la preocupación?

Es un tipo de rumiación mental que nos estresa. Literalmente es estar absorto en pensamientos sobre como solucionar algo, sobre cómo interpretar algo… es un diálogo interno que suele estar lleno de “peros”, “seis”, “entonces”, “si no hubiera pasado esto”, “si hubiera pasado esto”, o “cuando pase esto…” o “cuando no pase esto”….

La preocupación es estar totalmente enfocado/a en pensamientos a menudo repetitivos sobre algún problema, desafío, algo que salió mal, o algo sobre lo que aún no sabemos qué va a pasar. La principal característica de la preocupación es que nos lleva a pensar sobre el pasado o el futuro. Es decir, nos aleja del AHORA, del momento presente. Y no del momento presente en cuanto a problemas presentes… No. Sino del momento presente en tanto que ahora mismo estás sentada o de pie, escuchando mi voz, procesando mis palabras y pensando en que significa preocupación. A ese momento presente me refiero.

Lo cierto es que no lo estás haciendo mal. Tu exceso de preocupación no es un defecto tuyo personal…. No es que “seas muy nerviosa” o que “te agobies con facilidad” ni por la diferencia de tu hijo o hija ni en general.

Pongamos un poco de perspectiva. Vivimos en sociedades y con estilos de vida que priman el uso de la mente, la hiperactividad, el éxito medido por cuan ocupada estás, y la llamada “multi-tarea” (estar a mil cosas a la vez).
Y además vivimos bajo el paradigma:  “Tu mente es la responsable de la dirección que lleva tu vida”. Hemos dejado que la mente coja el timón del barco (y no lo suelte) y nos está llevando, a la mayoría de nosotros, a la deriva en un océano de estrés, de agobio, de cacofonía y de “automatismo". La mente suele operar en el futuro y en el pasado, pero poco en el presente. Así que no es una patología tuya individual, es una tendencia en auge por nuestro estilo de vida en las sociedades actuales.

Ante el desafío muy real de la diferencia neurológica de un hijo, nuestros niveles de preocupación se disparan, y con razón (no solo por las emociones propias de angustia, tristeza, frustración y otras, sino también porque los demás esperan que estemos preocupados y eso alimenta un círculo vicioso del que nos cuesta apearnos). 

Ahora bien, la preocupación como patrón de pensamiento, tiene su parte funcional y útil cuando nos lleva a tareas de la función ejecutiva de nuestro cerebro como planificar, establecer un orden de actuación, identificar objetivos, tiempos, etc.

Básicamente la preocupación puede ser funcional o disfuncional. Un ejemplo de la primera es cuando nos preocupamos por el primer año de colegio de nuestro hijo y eso nos ayuda a priorizar, por ejemplo, quitarle el pañal como objetivo de los próximos meses (buscar información, ayuda profesional, planificar las fechas que mejor nos vengan para intentarlo teniendo en cuenta nuestro calendario familiar y festivo, etc.).

Un ejemplo de la preocupación disfuncional o tóxica es preocuparse por si tu hijo algún día se va a casar… cuando apenas ha cumplido 5 años. Primero porque está demasiado lejos en el futuro, segundo porque depende de toda una serie de factores personales suyos sobre los que tú no tienes ningún control, y tercero porque realmente no es un objetivo TUYO: no te ayuda a cambiar nada ahora, en este momento presente como su padre o madre, y simplemente te llena de ansiedad y te roba energía. 

Y este es el principal punto que quiero que se te quede grabado en la cabeza al escucharme hoy. La preocupación estéril, disfuncional, adictiva, tóxica… la que ronda por nuestra cabeza siempre y no nos aclara nada…. Esa preocupación te está robando energía, atención, motivación y presencia para ayudar a tu hijo AHORA. No solo eso sino que, como el ladron energético que es, te está robando calidad de tu propia vida. 

Lo que pasa es que a menudo nos preocupamos por eventos, dificultades o situaciones que son meros pensamientos en nuestra cabeza. El futuro no existe aún y el pasado ya pasó. Ambos futuro y pasado son solo pensamientos en tu mente, que proyecta algún evento pasado o emoción no resuelta en un futuro paisaje imaginario.

5 creencias subyacentes que nos causan ansiedad y nos alejan de la conexión con nuestra sabiduría interior: 

  1. Tenemos que prepararnos para el futuro ahora. Pero, de hecho, la mayoría de las decisiones que tomamos y la planificación que hacemos son bastante a corto plazo. ¿Sabes cómo va a ser tu vida o la de tu hijo dentro de un año? ¿Qué tipo de factores van a afectar a tu o a su vida? Muchos de nosotros nos preocupamos porque sentimos que nos ayuda a planificar. Es tentador tener en mente los problemas inquietantes, de la misma manera que revisamos nuestras tareas pendientes, para prepararse. "Nuestras mentes intentarán resolver un problema, incluso si es un problema que no podemos resolver", dice Lizabeth Roemer, profesora de psicología en la Universidad de Massachusetts en Boston y co-autora del libro  "Vivir La Ansiedad con Conciencia”.(te dejo la información sobre este libro en las notas del episodio).

  1. Mucha gente piensa que de alguna manera la preocupación evita los malos resultados. Y puede parecer que esa estrategia funciona, ya que la mayoría de nuestras preocupaciones nunca se materializan. Pero ninguno de nosotros puede controlar el  futuro con nuestros pensamientos.

  2. Sabemos cómo va a resultar lo que nos está pasando ahora por nuestras experiencias pasadas. La consecuencia es que a menudo nos resistimos a nuestra experiencia real, nos ponemos tensos física y emocionalmente ... y en el proceso, nos desconectamos de lo que está realmente sucediendo. A parte de que el pasado no siempre predice el futuro (pero tu mente así lo cree porque le da una sensación de control).

  3. La acción es impulsada por el pensamiento. El hecho de que nuestra mente ejecute constantemente un comentario sobre todo lo que hacemos, no significa que esté tomando las decisiones. Muchas veces, nuestro cuerpo actúa antes que la mente. Mucho de lo que hacemos es una respuesta natural a lo que el momento presente nos arroja. La historia mental viene segundos después de la respuesta.

  4. También podemos preocuparnos porque se siente como una forma de hacer algo cuando nos sentimos impotentes. Hay algo de lógica en eso, e incluso algo de ciencia: cuando nos preocupamos, podemos sentir menos miedo, ya que preocuparse implica pensar en lugar de sentir. Pero al final, ese miedo está ahí, le prestes atención o no… y, querido oyente, el miedo a no saber, a la incertidumbre, a la falta de control, lo tenemos todos los seres humanos. No eres el único ni la única. Es algo con lo que tenemos que aprender a convivir, no sepultando bajo toneladas de pensamientos (que es lo que hacemos con la preocupación), sino aceptándolo y dejando que aparezca y desaparezca como la emoción que es. Lo que en última instancia ayuda es estar presente, incluso si eso significa sentarse con incertidumbre, tristeza y, sí, una cierta cantidad de preocupación, pero gestionada con intencionalidad. 

En momentos de gran incertidumbre como el actual con la pandemia del coronavirus, es normal preocuparse aún más por las potenciales amenazas de pillar la enfermedad y por las consecuencias del confinamiento. Pero perderse en las preocupaciones propias es emocionalmente agotador e interfiere con el avance nuestro y de nuestros hijos. Así que, en la coyuntura actual, es  aún más importante invertir en mejorar la forma en que manejas este molesto hábito mental.

4 estrategias prácticas para encontrar claridad cuando tus preocupaciones te abruman:

1. Acepta tus preocupaciones

No puedes elegir lo que aparece en tu mente, pero puedes observar, sin juzgar, esos pensamientos que te agobian como PRODUCTOS MENTALES. Como cualquiera de las muchas enzimas, secreciones o otros procesos automáticos que lleva a cabo nuestro cuerpo. No luches contras tus preocupaciones, simplemente date cuenta de que aparecen y también desaparecen (si no te enganchas a ellas). Porque muchas de nuestras luchas emocionales surgen de nuestra respuesta a nuestras preocupaciones más que de su contenido.

Muchos de nosotros, sobre todo como padres de hijos diferentes, asumimos que necesitamos preocuparnos (porque creemos que eso demuestra lo mucho que queremos a nuestros hijos) y luego nos sentimos culpables por no poder controlar nuestras preocupaciones y por lo tanto nuestro estrés. No te critiques por preocuparte!! Todos lo hacemos.

Mi consejo práctico es que empieces a observar tus preocupaciones de manera neutral, de la misma manera que miras hacia arriba y ves las nubes en el cielo. Cuando te des cuenta de que te estás preocupando, puedes decirte, sencillamente “esto es una preocupación ...", y decidir si puedes y vale la pena hacer algo al respecto en este momento. Si puedes dar un paso para resolver el problema, házlo. Si no depende de ti en este momento, déjalo ese pensamiento pasar y vuelve a enfocar tu mente en el momento presente. Es como cuando recibes llamadas no deseadas o telemarketing: no tienes por qué atenderlas.

Ahora, dejar ir los pensamientos no es lo mismo que reprimirlos o ignorarlos, porque de esa manera volverán a surgir como una venganza! También evita distraerte de tus pensamientos con comportamientos que tampoco te ayudan a largo plazo (adicciones como las redes sociales, o comer en exceso, o lo que sea). Cuando las preocupaciones se vuelvan tan intensas que sea difícil percibirlas como meras ideas, puedes mover tu cuerpo (ir a andar, hacer ejercicio, bailar, o reírte con algún video cortito gracioso). Todo esto te ayuda a hacer corto-circuito a ese bucle de pensamientos. 

2. Libérate de la multitarea mental

Muchas veces, nuestra reacción inmediata a la preocupación es añadir más cosas a la lista… yo misma lo hago, me siento y digo Uf es que no llegó porque no tengo claridad. Entonces empiezo a hacer listas. Esto es super típico en mí y es una señal de que estoy en modo “control”.

Para ti puede que sea diferente. Puede que en vez de ponerte a hacer listas, te pongas a gritarle a los de la casa ‘no has hecho esto’, no has hecho lo otro’ (bueno, eso también lo hago yo, para serte sincera), no te pongas nerviosa a hacer mil cosas a la vez, los típicos malabarismos o multitaskng de las madres y padres. Y así ni las cosas salen bien, ni puedes disfrutar tampoco. Porque añadir más tareas a una lista interminable no es sostenible. Al final el día tiene las horas que tiene y tu tienes la energía que tienes. Ambos, energía y tiempo, son finitos.

Vale, te oigo decir, pero ¿Qué pasa con la planificación, tomar decisiones, encajar compromisos varios?  ¿El secreto para eliminar el estrés al planificar y decidir? Enfócate en una sola decisión y ACTÚA.

  1. Obtén la información que necesitas para tomar una decisión, 

  2. Toma algunas respiraciones conscientes y deja que esa información se procese de forma somática / intuitiva en tu cuerpo (“las corazonadas”), 

  3. Si te surge una decisión con claridad, adelante y actúa, 

  4. Si te surgen varias opciones o no está claro, elige una, 

  5. ¡Actúa y suelta las otras opciones! (Este paso es probablemente el más difícil porque es cuando la mente empieza con los "peros" y los escenarios alternativos). 

  6. Si aún no necesitas tomar una decisión, deja que esa decisión te llegue cuando quiera y disfruta de la vida mientras tanto. O sea: ¡deja de preocuparte tanto! Tu nivel de preocupación no tiene correlación alguna con la calidad de tus decisiones ni de tus acciones.

La preocupación a menudo viene a interrumpirnos de otras tareas, ya sean mentales o físicas, que estamos haciendo… entonces te invito a que con mano firme pero amable, te digas a ti misma “ahora no”. Ahora, no. Si eres de las que entras en diálogos y negociaciones internas sobre “entonces, para cuando??? Esto me preocupa!!”, aquí tienes la tercera estrategia:

3. Agenda tu momentos de preocupación

En la década de 1980, el Dr. Thomas Borkovec, profesor emérito de psicología en la Universidad Estatal de Pensilvania y destacado experto en ansiedad, desarrolló una intervención paradójica: animar a las personas que se preocupan crónicamente a dedicar tiempo a la preocupación. Al planificar cuándo preocuparte, puedes reducir las horas de preocupaciones intrusivas.

En lugar de aspirar a lo imposible, "¡No te preocupes!" Podemos apartarnos unos minutos al día (por ejemplo 15- 20) para preocuparnos conscientemente. Aunque te parezca una locura, o que no va a funcionar, lo cierto es que su efectividad está probada por la ciencia del comportamiento.

En primer lugar, fomenta el autocontrol o el seguimiento de cuándo y dónde divaga tu mente. En segundo lugar, al reservar un espacio para la preocupación, dejarás de asociar la preocupación con una amplia variedad de actividades (como por ejemplo preocuparte cuando estas jugando con tu hijo, y aprovechar esos momentos para enfocarte en la conexión con el).

Básicamente, dejar un momento concreto del día para preocuparse es una manera de controlar estímulos: al reducir la cantidad de tiempo que te preocupas, es más fácil romper el hábito de preocuparte todo el día. Eso sí, te recomiendo que no lo practiques justo antes de acostarte o a primera hora de la mañana, especialmente si tiendes a despertarte con una sensación de ansiedad. 

Pero, ¿qué hago en ese ratito de preocupación libre y desenfrenada? Pues a ver, vomita todo lo que te preocupa. Tal cual. Escríbelo, mejor si puede ser de puño y letra. Anotar las preocupaciones con anticipación en realidad mejora la resolución de problemas, ya que podemos desempeñarnos mejor cuando nuestras preocupaciones no están ocupando nuestro espacio mental.

Cuando se acabe la sesión de preocupación, pospón las preocupaciones hasta la próxima sesión de preocupaciones, del mismo modo que es beneficioso responder a tus emails en uno o varios momentos del día en lugar de dejar que interrumpan tu vida en cualquier momento (por cierto, te recomiendo que deshabilites las notificaciones de tu móvil en general, pero de esto hablaré en otro episodio). 

Cuando te surjan preocupaciones que parecen “urgentes” dite a ti mismo con amabilidad “ahora, no”. Y, atención, porque la preocupación es un producto mental. Los productos mentales no son peligrosos. Por supuesto que no me estoy refiriendo a la respuesta en situaciones inminentes (como por ejemplo que nuestra hija salga corriendo en medio de la calle). Eso no es una preocupación, eso es una realidad. Y hay que tomar acción.

4. Practica el mindfulness o la atención plena.

Si sigues desde hace tiempo ¡no te sorprenderá que te diga esto! Como decía al principio, estar presente en el aquí y el ahora es el mejor antídoto contra la preocupación excesiva.

Vamos a hacer un pequeño ejercicio, ahora mismo, según me escuchas: En este momento, ahora y aquí, ¿qué problema tienes? No lo pienses mucho. No empieces a BUSCAR problemas. Ahora, aquí, sentada escuchando esto, o conduciendo en tu coche escuchando esto, o estés donde estés….

¿Qué problema tienes tu en este momento? Si no buscas problemas activamente, o te pones a pensar en las dificultades de tu hijo o hija, seguramente habrás sentido (en ese instante) que en realidad no tenías ningún problema.

La mente es una máquina de anticipar y de crear problemas. Es parte de su función. No se trata de vivir en plan hippie, o de negar que tenemos dificultades en nuestras vidas, sobre todo como madres de hijos diferentes. Se trata de dejar de engancharse a la adicción de la preocupación a todas horas.

Si no te interesa la meditación como tal, puedes  practicar la presencia con rituales sencillos diarios como dejar el móvil en casa y dar un paseo diario o saborear tu desayuno sin leer los titulares de las noticias o los emails. Si tu hábito de preocuparte trata de interrumpirte (“¡¿Qué pasa si me pierdo algo importante ?!”), date cuenta de que es solo eso: una preocupación. Ni tú eres tan importante (en el mejor sentido de la expresión) ni la vida se va a parar porque desayunes con atención plena. Y te sentirás mucho mejor al cabo de los días al liberarte de vivir preocupada a todas horas. 

La preocupación, como todo lo que produce la mente, tiene su función. Aprovecha para avanzar con tus objetivos, para motivarte y ponerte en acción, pero no dejes que se vuelva adictiva y tóxica porque entonces será tu mayor fuente de desgaste energético, emocional y físico. Y tendrá la paradójica consecuencia de alejarte aún más de aquello que quieres conseguir para ti y para tu hijo.

Magüi Moreno

Life coach and mindfulness expert. My mission is to support special needs parents to achieve fulfilled and happy lives for themselves and to increase their family’s wellbeing.

http://www.maguimoreno.com
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