No puedo dejar a mi hijo con nadie
"Me siento culpable o demasiado preocupada para dejar a mi hijo con otras personas."
¿Te has sentido alguna (o muchas veces) así? En este post te doy 5 pautas desde la perspectiva de los padres para trabajar este tema como “otra capacidad” más, tanto tuya como de tu hijo neurodiverso. Porque, como siempre, lo que nosotros aportamos a este tipo de situaciones es tanto o más importante que la situación en sí misma o la diferencia de nuestro hijo o hija. Caer en la creencia de que solo tú puedes entender y satisfacer las necesidades de tu hijo no lleva a resultados positivos a la larga ni para tu hijo ni para ti.
¿Prefieres escucharlo? ¡Escúchalo aquí!
Alguna vez en mi cuenta de Instagram sobre el miedo al dejar a nuestros hijos neurodiversos con otros. Por cierto que mi cuenta en esa red social es @mindfulautismmama, por si me quieres seguir por allí.
Algunas de las respuestas que recibí fueron:
No van a seguir mis indicaciones.
No van a poder lidiar con él o ella.
Yo soy la única que le entiende.
Les estoy dejando un problema a los demás.
¿Y si le hacen daño?
Me siento culpable de dejar a mi hijo con otras personas.
En este post quiero indagar más sobre este tema y te doy algunas pautas, como siempre desde la perspectiva de los padres, para trabajarlo como “otra capacidad” más. Porque, como siempre, lo que nosotros aportamos a este tipo de situaciones es tanto o más importante que la situación en sí misma o la diferencia de nuestro hijo o hija. Si nosotros nos aproximamos a este tema desde el miedo más absoluto, o desde la desconfianza hacia los demás, o desde una visión muy negativa o muy limitada de cómo va a ser esa experiencia de estar con otras personas para nuestros hijos, pues es muy poco probable que podamos conectar con los recursos, con la actitud, con la mentalidad, con la comunicación que necesitamos para ir probar, en primera instancia, y para ir mejorando y ampliando la experiencia para todos - tanto para ti como para tu hijo.
Hablando claro, si esperamos problemas, nuestra mente estará predispuesta a encontrarlos. Si nos aproximamos a esto desde el control absoluto e incluso el perfeccionismo, será muy difícil encontrar personas o lugares o momentos apropiados para dejar a nuestros hijos. Si creemos que nadie más puede cuidar de nuestros hijos, es probable que esto se convierta en una profecía autocumplida.
Todo esto no significa que tiremos la responsabilidad o el cuidado y la prevención a los cuatro vientos y dejemos a nuestros hijos, que tienen necesidades específicas y perfiles de interacción diferentes, con cualquiera. Quiero empezar dejando muy claro que dejar a los hijos con otras personas no significa ser mala madre ni mal padre. Significa entender y aceptar que ni somos omnipotentes ni omnipresentes, ni lo podemos ser. Somos personas que necesitamos ayuda de vez en cuando, como lo hacen todos los seres humanos.
Por cierto, aprovecho para mencionar aquí que si estás escuchando esto y sientes que necesitas el apoyo de un grupo de madres como tú, puedes unirte a la tribu Mama en calma, un programa de acompañamiento facilitado por mí en el que nos escuchamos nos vemos nos sentimos acompañadas y compartimos las experiencias de ser madres de hijos neurodiversos.
Así que vamos a hablar hoy de cómo llegar a un punto en el que nos sintamos cómodos de dejar a nuestros hijos con otras personas, aunque sea muy de vez en cuando. Y la primera clave viene justamente por aquí: todas nuestras decisiones son emocionales. TODAS. Todo lo que decidimos viene, nos demos cuenta o no, de buscar sentirnos de alguna manera, o de evitar sentirnos de alguna manera. Y lo que estamos evitando sentir al no dejar a nuestros hijos con nadie es miedo.
1. Lo primero es normalizar el miedo.
El miedo cumple una función que es la de ponernos en alerta antes ciertas condiciones para prevenir accidentes y de evitar desgracias. Es normal sentir miedo ante situaciones que nos ponen nerviosas o de las que no sabemos cómo va a ser el resultado. Tu mente te quiere prevenir de situaciones que en muchos casos nunca llegan a suceder. Pero siempre hay un riesgo y eso también hay que decirlo claramente. Y por supuesto a trabajar para minimizar ese riesgo al máximo.
En el caso de un miedo a dejar a los hijos con otras personas, primordialmente lo que hay es un miedo a la falta de control. De control sobre el entorno de nuestro hijo o hija, que por supuesto viene alimentado por la enorme responsabilidad que sentimos sobre el bienestar de nuestros hijos.
Entonces, no se trata de pretender no sentir miedo. Y cuando digo miedo, me refiero a otras variaciones emocionales como nerviosismo y preocupación. Se trata de usar ese miedo como trampolín y no como trampa. Es decir como un aliciente para reflexionar y considerar opciones y no como un agujero negro de la mente, desde donde es prácticamente imposible salir.
2. Enfócate en lo que puedes controlar. Y prueba.
Entonces aquí un tipo muy práctico sería que te enfoques en lo que si controlas y también que te enfoques en lo que el hijo necesita y no necesariamente solo exclusivamente en lo que queremos nosotros.
Tu puedes controlar (o por lo menos hasta cierto punto): el tiempo, el lugar, las personas con la que lo dejas, y también como te comunicas con ellos con respecto a tus preferencias. Lo que no puedes controlar es lo que esas personas realmente hacen cuando tú no estás ahí. Así que pongamoslo ya sobre la mesa porque esto es una realidad inamovible y que tienes que aceptar como madre o padre para avanzar en este tema. El que tú no lo puedas controlar no significa automáticamente que sea negativo, malo o dañino.
Otro punto es tener claridad sobre tus motivaciones tus para que es es decir para que quiero dejar a mi hijo con otra persona.
Es necesidad logística por ejemplo.
Es también una intención de que mi hijo vaya probando estar con otras personas que tienen otro estilo diferente al mío. Puedes en varias motivaciones al mismo tiempo.
Nada es estático darse permiso para probar, no cerrarse a las posibilidades.
3. ¿Con quién lo dejo? Y comunicación asertiva y, sobre todo, clara y explícita
Si tienes opciones, busca la que mejor se ajuste al perfil de tu hijo. Y de cualquier manera, comunica. Comunica tus preferencias, las que son innegociables (no permito que castigues físicamente a mi hijo) y las que son negociables (preferiría que no tuviese la tablet 2 horas, pero si hay dificultades o no sabes como manejarlo, se la puedes dar un rato).
Ejemplo de los abuelos que vienen de otro paradigma de crianza y no entienden ni comparten que, por ejemplo, tu hijo no pare, o no pueda comer dulces, o no se exprese verbalmente (y entonces le gritan, como si fuera sordo… es que esto es muy típico).
Lo más importante es entender la diferencia entre intención e impacto. Seguramente tus padres no tienen intención de herir tus sentimientos, o de criticarte, o de menospreciar a tu hijo. Seguramente no lo saben hacer mejor. Pero el impacto puede, de hecho, ser negativo.
Y puede ser negativo a toro pasado. Por ejemplo, se “portan” bien durante el tiempo que están con los abuelos, pero luego al llegar a casa están revolucionados a nivel sensorial y emocional. ¿Por qué? Porque se han estado aguantando muchas cosas y las sueltan en su lugar seguro por excelencia, con su madre o sus padres, en su hogar.
Aquí tienes 3 opciones: evitas buscar ayuda con ciertas personas, les pides ayuda pero aceptas que va a haber cosas que no van a ser del todo ideales, y la tercera, que es la ideal, si hay apertura por la otra parte, educas e informas al máximo posible a la persona que te cuida a tu hijo/a para que hagáis equipo. Muchas veces, las personas (y sobre todo los familiares) no lo hacen mejor porque no saben, no entienden, o se sienten inseguras. Dales información, pero siempre desde una actitud comprensiva y conciliadora. ¿O es que acaso tú sabías mucho de autismo o de TDAH antes de recibir el diagnóstico?
¿Qué pasa cuando son ellos, los familiares, los que no quieren echar una mano y se escudan en que tu hijo es muy diferente y no le entienden? No podemos forzar a los demás a que nos ayuden. La ayuda se regala, no se exige. Pero tal vez puedes hablar con ese familiar y explicar bien el perfil de tu hijo y empezar poco a poco y mantener abiertos los canales de comunicación para que ellos tengan la confianza de preguntarte, de comentarte, de sentirse más seguros en el cuidado de tu hijo/a. Por cierto tienes más info en el episodio 52 de este podcast donde hablo de la relación con el resto de la familia.
Sobra decir que si en cualquier momento observas cambios emocionales o de comportamiento significativos en tu hijo/a y/o tienes sospecha de maltrato o abusos, el bienestar de tu hijo/a está por encima de todo y es tu responsabilidad protegerlo y evitar el contacto con cualquier persona que esté involucrada
4. Ir trabajando la flexibilidad de manera gradual.
En estas cosas, como con casi todo en la vida, se trata de ir poco a poco aumentando la capacidad y la flexibilidad de todas las partes: la tuya, la de tu hijo y la de las personas que se quedan al cargo. Si dejarlo una noche o un finde te parece mucho, empieza con una hora.
También es importante darnos cuenta de que la percepción nuestra no es lo mismo que la realidad. El significado que le damos nos lleva a un sentimiento y esto nos lleva a una predisposición y muchísimo más cuando son nuestros hijos. Qué quiere decir esto pues que nuestra objetividad está anulada, son los llamados delirios de mamá o de papá.
Ejemplo: enfadarse con tu madre o con tu hermana, por una cosita que realmente no tiene esas consecuencias tan graves que piensas en tu cabeza.
Parte de ser flexible y de tener una mentalidad de crecimiento como madre o padres es también darse cuenta de que las decisiones son reversibles. De esta manera estamos invitando aprendizajes aunque hayamos cometido un error o aunque hayamos decidido algo que luego nos ha dado un buen resultado no tenemos porqué perder la lección entre comillas siempre hay aprendizajes no solamente para nosotros sino también para nuestros hijos.
Porque la rigidez es un área de desafío para muchos niños y personas con TEA, TDAH y otras neurodiferencias. Por ejemplo en las rutinas, la alimentación, lugares, trayectos, horarios, etc… Se trata de ver esto de dejarles con otras personas como un objetivo activo de fomentar su flexibilidad y también la nuestra. No es fácil ni es instantáneo, pero es fundamental porque para su propia autonomía, independencia y bienestar en el futuro, tienen que tener las habilidades y la práctica que les permitan adaptarse a su entorno y ser capaces de tener respuestas dinámicas ante el entorno que es algo que ya de por si se les dificulta mucho por su neurodiversidad.
5. El coste de no dejar a los hijos con nadie.
Tomar conciencia también del precio a pagar de no pasar a la acción, pero no solo para ti sino también para tu hijo o hija
La clave es entender que alimentar una codependencia muy fuerte madre-hijo no es beneficioso para nadie y mucho menos para tu hijo porque, francamente, no somos inmortales. Sé que esto suena duro pero también es nuestra responsabilidad darles oportunidades a nuestros hijos de ser cuidados por otras personas (siempre que sean las adecuadas claro). Porque en la vida van a tener que estar operando con diferentes personas en diferentes contextos.
Caer en la posición de que solo tú puedes entender a tu hijo que solo tú puedes satisfacer las necesidades de tu hijo no lleva a resultados positivos a la larga para tu hijo ni para ti.
No privarles a ellos de experiencias que les pueden ayudar a crecer como personas, aunque sean difíciles, es también nuestra responsabilidad.
Te dejo aquí algunas preguntas que te pueden ayudar a entender y sopesar el precio de no dejarles con nadie versus los potenciales beneficios de hacerlo:
¿qué pasaría si no pruebo eso?
¿Y si le va bien y aprende o se divierte?
¿Y si lo pasa fatal y no se divierte, que es lo peor que puede pasar y que efectos tendría a la larga?
¿Y si le privo de nuevas experiencias por mi propio miedo?
¿Y si le doy la oportunidad de demostrarme lo que le gusta y lo que no en un ambiente diferente?
Resiliencia nuestra y de nuestros hijos modelar estos esta resiliencia y esta confianza y esa capacidad de adaptación y no arrastrar a nuestros hijos en el miedo propio.
Para acabar, hacer un llamado a la reflexión y a evitar la culpa. Muchos somos padres no presentes. Pero cambiar eso depende sólo de nosotros, no de las circunstancias. Aunque por temas de horarios, de trabajo, o de otras responsabilidades pases menos tiempo del que te gustaría con tus hijos, recuerda que estar en la misma habitación no significa necesariamente estar presente.
Así que haz que los momentos que sí pasas juntos sean momentos de conexión. Y también te invito amablemente a que cuestiones el pensamiento “dejar a mis hijos con alguien me da la sensación de que dejo un problema”.
Reflexionemos hasta qué punto hacemos de los hijos “un problema”. Puede que sus necesidades y sus perfiles sean desafiantes o exijan mucho de nosotros y de cualquier persona que les cuide, eso no lo niego. Pero de ahí a decir que son un problema es rebajar su humanidad y la nuestra.