Crianza consciente
Nuestros mejores maestros son nuestros hijos. Nosotros no les enseñamos, ellos nos enseñan a nosotros.
Todos los días nos muestran un espejo y reflejan lo que les damos. Ellos son grandes maestros de la conciencia. Pequeños Budas iluminados. Profetas de la presencia. Gurús de la atención plena. Sí, incluso cuando se enfadan. Incluso cuando gritan. O tiran cosas al suelo. Están perfectamente sintonizados con su "aquí y ahora", al menos en sus primeros años de vida.
Escribir acerca de la relación con los hijos es invitar al desacuerdo. Es un tema sobre el que todo el mundo tiene una opinión, incluida la vecina de tu tía (a pesar de que nunca ha tenido hijos). Todos tenemos una opinión y además todos queremos llevar la razón. Nuestra voz más crítica salta al ruedo cada vez que hablamos de cómo criar, educar y vivir con los hijos. ¡Parece como si saliesen del armario nuestros críticos internos más feroces!
Aquí, en este blog, te cuento mi experiencia porque es la única que conozco íntimamente. Cada contexto (personal, familiar, social, cultural) es diferente, cada hijo es diferente y cada condicionamiento o programación (¡y todos tenemos!) es diferente. Y con esto me refiero a la compleja maraña de factores emocionales, mentales, de experiencia y religiosos / filosóficos que afectan la forma en que vemos y vivimos la vida. No podemos vivir la vida de otra persona, o la paternidad / maternidad de otra persona. Pero si podemos practicar la empatía (ponernos en el lugar de otra persona) y, mejor aún, la compasión (sentir lo mismo que ellos sienten aunque nuestras circunstancias sean diferentes). Yo creo firmemente que la conexión y el compartir enriquece nuestra vida y nos abre puertas que no sabíamos que existían.
Mi hijo tiene ahora 7 años. También tiene autismo. Tenemos una relación muy estrecha. Nos enfadamos el uno con el otro, jugamos juntos, le hago cosquillas, él me habla (aunque nos haya costado llegar a este punto un poco más que a la mayoría de la gente). Nos comunicamos con y sin palabras, al igual que todos los padres y niños.
¿Cuál es uno de los mayores desafíos de la vida al que la mayoría de nosotros nos sometemos voluntariamente? Tener hijos. Es una de las cosas más estúpidas que te puedes hacer a ti mismo. (Este es mi voz egoica y egoísta hablando, por cierto). Es un desafío lleno de altibajos, con alegría y tristeza. Exige muchísimo trabajo y dedicación, y nada está garantizado (como en el resto de la vida). Es tal vez la mayor oportunidad para el autodescubrimiento y el crecimiento de cualquier persona. Yo suelo decir que tenemos los niños que necesitamos tener. En mi caso desde luego que fue así. Mi hijo es el mayor maestro que conoceré en mi vida.
Verás, soy una persona muy mental. Respiro, vivo, amo mi mente. YO SOY MI MENTE. Excepto que no es verdad porque soy más que eso. Soy conciencia en un cuerpo físico (llámalo energía, llámalo alma, llámalo conciencia, llámalo como quieras) y además tengo emociones, soy un ser emocional. Todos somos más que nuestras mentes, pero muchas personas, como yo, han sido secuestradas por su propia mente. ¡Nuestro cuerpo se ha convertido en un mero taxi del cerebro!
Yo misma solía pasar la mayor parte de mis horas de vigilia pensando (y a veces todavía lo hago, no me voy a engañar). Vale, pero no hay nada de malo en pensar, ¿verdad? De hecho, es necesario para operar en el día a día, a todas horas ¿no? Bueno, excepto que cuando estoy tan enfrascada pensando, preocupándome, planificando, juzgando, analizando, clasificando, recordando, o cualquier otra forma de ejercicio mental, no estoy completamente presente con ese hijo (o esos otros seres alrededor mío). O, en otras palabras, cuando estoy preocupada pensando en lo que voy a hacer de cena (¡ponte a ello o deja de pensar en ello!), no estoy del todo apreciando que mi hijo me acaba de guiñar el ojo, o ha dicho una palabra que nunca antes le había escuchado usar.
Mi hiperactividad mental y mi diarrea verbal (hablo mucho, muchísimo) finalmente han encontrado a contrapunto perfecto: la comunicación verbal y social retrasada de mi hijo. Perfecto. Simplemente perfecto. Ahora no sólo tengo una mente mandona, sino también aterrorizada. Desastre, ¿verdad? Bueno, sí, y un golpe de fortuna. Si mi hijo hubiera estado hablando con frases completas con 2 años, mi vida no se habría abierto en canal de la forma en que lo hizo. Él me ha brindado (y sigue brindándome) una oportunidad de oro para ser realmente consciente en el aspecto más crucial de mi vida, donde lo que está en juego (mi felicidad y la suya) es lo más importante. Donde el amor siempre está presente. Donde podemos ir más allá de pensamientos, emociones, circunstancias e historias. Quedarnos con la pureza de una relación fundamental en nuestra vida - la relación con nuestros hijos.
Un corazón roto es un corazón que está abierto - U2
Sean cuales sean los principales desafíos que surgen con la crianza de los hijos (¡hay donde elegir!), ahí, en ese desafío, radica la mayor oportunidad de aprendizaje. ¿Los berrinches de tu hijo te llevan al borde del abismo de tu propia ira (y el repugnante sabor de la culpa)? Ve allí. Mira allí. Probablemente heredaste patrones de mala gestión de la rabia en tu propia infancia por parte de tus padres y otros educadores. Es probable que tu hijo solo esté reflejando lo que te ha visto hacer (y de lo que no siempre te das cuenta). Tu hijo te está mostrando dónde mirar, en tu interior.
Mi hijo me ha ayudado dándome la motivación, el deseo y la creencia de que vivir en conciencia, que ser consciente, es la mejor manera de comunicarse y estar presente para los demás. Él lo hace todos los días. Él me mira, se ríe, o baila, o salta arriba y abajo, o me abraza. Y a veces, sin una sola palabra, transmite la alegría de vivir, la felicidad de SER que mi mente no puede captar. Y ni siquiera tengo que sentarme a meditar o hacer yoga.... ;-)
¿Algo de esto que te acabo de contar ha resonado contigo? ¿Tienes alguna pregunta o duda? Te invito a que comentes aquí abajo y, entre todos, pongamos el foco sobre lo que más nos importa - la relación con nuestros hijos.
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